martes, 21 de junio de 2011

LA FIESTA DEL SOL, LA SANGRE Y LA TIERRA.



Cuando hablamos del solsticio, siempre hacemos referencia a tiempo pasados, en épocas gloriosas. Recordamos a unos hombres, una tierra y unos dioses antiguos que desgraciadamente están lejos, demasiado lejos. Pero, el hecho de sentir una añoranza del pasado, no debe hacer que acabemos celebrando el solsticio de una manera "folclórica", como una fiesta popular, como los "Moros y cristianos", por ejemplo.

 Si, sabemos que el solsticio es una fiesta y un lazo con el pasado y que, puede ser, en aquellos días el aspecto popular era su manifestación más evidente de la misma forma que hoy en día es la forma más fácil de celebrarlo como recordatorio de esta fiesta ancestral.

Pero no sólo podemos vivir recordando el pasado, por muy glorioso que sea, ni el sentido que debe tener para nosotros debe ser el de alabar épocas pasadas. Tampoco nos podemos  sentir "paganos" y decir que sentimos a nuestra manera el recordar una fiesta que nos ha transformado la iglesia católica. Esto haría del solsticio un acto reivindicativo, algo exotérico, un velatorio, o, por qué no, una fiesta de moda que de aquí a la nada se celebrará en las discotecas.

El solsticio es la fiesta del sol, de este sol que da vida en la tierra, por lo que una sustancia química y espiritualmente inerte, comienza a transformarse en nuestra tierra, en el suelo que nos da de comer y que nos da la vida.

Y para sufrir esta transformación, es necesaria  nuestra intervención, nuestra sangre que, como un catalizador, como la savia de los árboles, recoge la vida y la luz del sol y la transmite a la tierra, de forma que suelo, sangre y tierra se transforman en algo único e inseparable gracias a la confluencia de los tres en un momento y un lugar determinado y especial. El solsticio de verano es uno de esos momentos; es el momento cuando la tierra comienza un nuevo ciclo de vida, el momento en que el astro rey se encuentra en el punto más cerca de nuestro planeta y hay que celebrarlo en el lugar donde unos hombres, que siempre han dado vida a su tierra, están dispuestos una vez más, a renunciar a todo para asegurar que su suelo y su sangre continuarán dando vida al planeta.

Y esta vida, no será mera supervivencia ni el mantenimiento de una vida biológica más o menos evolucionada. Nuestra deuda con el sol que nos da la luz es otro. La vida en la que aspiramos es una vida superior en todos los sentidos. Una vida superior que no se regala ni se da, por qué nadie te puede dar lo que ya es tuyo, sino que hay que luchar para llevarla a su lugar, a su altura, a su máxima expresión.

Tenemos que ser fuertes para luchar si hace falta. Tenemos que mantener la tierra fértil. Tenemos que cuidar nuestra semilla para que esté preparada para brotar y asegurar que se mantiene pura para que dé árboles fuertes y sanos, tal y como ha sido siempre. De esta manera nos convertimos en dignos de nuestro sol, de nuestra tierra y sobre todo de nuestra sangre, es decir de aquello que nos ha permitido a lo largo de los años ser creadores.

El solsticio nos está dando la increíble oportunidad de agradecer esta capacidad creativa que tal vez puede estar soñando dentro de nosotros, pero también nos obliga a mantenerla. De esta manera, cuando exteriorizamos en un acto, alrededor del fuego, nuestra alegría porque el sol a vuelto a hacer su ciclo y nos sigue iluminando deberemos, al mismo tiempo, sentir ese fuego en nuestra sangre para poder estar cada vez más cerca del sol y de el mismo modo, transmitirlo a nuestros camaradas, a nuestros semejantes, a nuestros vecinos, sin egoísmo y con la mayor humildad, sabiendo que lo que tenemos y estamos celebrando lo hemos conseguido gracias a nuestros antepasados
​​de los que somos herederos y teniendo siempre en cuenta que esta herencia, esta semilla, será también para nuestros hijos y nuestra gente.
Así pues, cuando la noche sea larga y la luz nos abandone, siempre tendremos con nosotros una luz y un fuego, por muy pequeño que sean, por poco numerosos que parezcan, que exteriorizará nuestra luz y nuestro fuego, y mostrará que estamos dispuestos a seguir, no como unos mártires, sino como unos héroes, no con miedo, sino con valentía, por qué podemos creer ser los últimos, pero detrás vendrán más.
El futuro nos pertenece, y el sol nos lo muestra cada año.


Tierra y Pueblo.