Sobre el plano
espiritual, la Doctrina debería tener al menos entre otros, dos resultados de
una gran importancia. En primer lugar, provocando un retorno a los Orígenes,
debería aclara los significados más profundos de la Tradición y de los
Símbolos, oscurecidos en el curso de los milenios y que hoy no sobreviven sino
fragmentados y bajo la forma de costumbres o fiestas convencionales. A
continuación, la Doctrina debería revivificar la Concepción del Mundo y de la
Naturaleza, limitar todo cuanto de racionalismo, de profano, de cientifista, y
de fenomenológico, desde hace siglos, seduce al hombre occidental; pues todo
ello está estrechamente relacionado. En cuanto al sentido viviente y espiritual
de las cosas, de los fenómenos, encontraremos las mejores referencias en las
concepciones solares y heroicas que son propias a las más antiguas Tradiciones.
Pocos sospechan hoy que estas
fiestas aún celebradas en la época de los grandes rascacielos, la televisión,
los grandes movimientos de masas en las ciudades, perpetúan una antiquísima
Tradición, que nos refieren a los tiempos donde, casi en el alba de la
humanidad, se inició el movimiento ascendente de la Primera Civilización. Una
Tradición en la que se expresa menos una creencia particular de los hombres que
la gran voz de las mismas cosas.
A este respecto, es necesario
manifestar, ante todo, que en el origen, la fecha de Navidad y la del principio
del año, detalle generalmente ignorado, coincidían. Esta fecha no
era arbitraria, sino que estaba en relación con un acontecimiento cósmico
preciso: El Solsticio de Invierno. En efecto, el Solsticio de Invierno cae el
25 de Diciembre, que posteriormente se convirtió en la fecha de Navidad pero
que en el origen tenía un significado especialmente "solar", y esto
ya en la Roma antigua. La fecha del nacimiento de Roma era la del nuevo Sol,
Dios Invencible (Natalis solis invicti). Con ella, día del nuevo Sol (Dies
solis novi) en la época imperial comenzaba el año nuevo, el nuevo ciclo. Pero
esta "Navidad Solar" de Roma en la época imperial nos remite a su vez
a una tradición más antigua de origen nórdico. Por lo demás, el Sol, la
Divinidad Solar, es mencionado ya entre los "dei indigetes". Las
divinidades de los orígenes romanos, heredera de ciclos de civilizaciones
todavía más antiguas. En realidad, la religión solar del período imperial, fue
muy ampliamente recuperada, casi como un renacimiento, lamentablemente alterado
por diferentes factores de descomposición, de la antigua herencia.
La prehistoria itálica
pre-romana es por otra parte muy rica en rastros de cultos solares: Carros
solares, discos con radios, cruces de todos los tipos, grabadas por ejemplo,
sobre hachas arcaicas encontradas en el Piamonte y la Liguria. Se
puede así constatar el paso en Italia antigua de una tradición que deja, desde
la edad de piedra, huellas idénticas a lo largo de los itinerarios de las
grandes migraciones occidentales y nórdicas. Símbolos, signos, hierogramas,
anotaciones de calendarios o de astrología rudimentaria, representaciones sobre
vajillas, armas, ornamentos, enigmáticas disposiciones de piedras rituales o de
cavernas; luego, más tarde, ritos y mitos que sobrevivieron en las
civilizaciones más tardías. Si se estudian estos vestigios según los nuevos
puntos de vista, propios a las investigaciones espirituales del mundo de los
orígenes, se encuentran testimonios concordantes y unívocos sobre la presencia
de un culto solar unitario, centro de la civilización de los Pueblos
primordiales, pero también de la importancia que tenía la fecha "de
Navidad" para ellos, es decir, de la fecha del Solsticio de Invierno, el
25 de Diciembre.
Para evitar cualquier equívoco
en el espíritu de algunos lectores, subrayamos que cada vez que hablamos de un
culto solar prehistórico, no entendemos una forma inferior de religión
naturalista e idolátrica. Sí es una fábula estúpida que la antigua humanidad
divinizara supersticiosamente los fenómenos naturales, por el contrario es del
todo exacto que la antigüedad concibió los fenómenos naturales esencialmente
como símbolos sensibles de albergar significaciones espirituales, es decir, más
o menos, como soportes ofrecidos a los sentidos de la Naturaleza para presentir
estos significados trascendentales.
A quien haya podido decir en
ocasiones que aquello sucedió en otros troncos y en otros pueblos, podemos
decirle, aunque ello no pruebe nada, que el paso de ciertos cultos cristianos a
formas supersticiosas, es bastante frecuentes en algunas poblaciones incultas y
fanáticas.
Superada cualquier forma de
malentendido, el significado simbólico de expresiones arcaicas como "Luz
de los hombres", o "Luz de los campos" (Landa Ljome) aplicadas
al Sol quedan perfectamente claras. Se puede pues comprender que el curso del
Sol a lo largo del año, con sus fases ascendentes y descendentes, se haya
planteado en términos de un grandioso símbolo cósmico. En esta trayectoria, el
Solsticio de Invierno constituye una especie de punto crítico vivido en una
perspectiva dramática durante el periodo en que los Pueblos originarios no
habían abandonado aún las regiones sobre las que se había abatido un clima
ártico y la pesadilla de una larga noche. En estas condiciones el punto del
Solsticio (el más bajo de la elíptica) aparecía como aquel donde "la Luz
de la Vida" se vuelve a alumbrar. El "héroe solar" surge o
renace de las aguas. Más allá de la oscuridad y del frío mortal una nueva
liberación es vivida. El árbol
simbólico del mundo y de la Vida se anima con nuevas fuerzas. Está en relación
con todos estos significados que, ya en la época de la prehistoria, de milenios
antes de la Era vulgar, un gran número de fiestas sagradas
celebraron la fecha del 25 de Diciembre, como fecha del nacimiento o
renacimiento, en el mundo como en el hombre, de la Fuerza Solar.
Pocos saben que incluso el
tradicional Árbol de Navidad, todavía en uso en numerosos países, pero relegado
al papel de juguete para niños y de costumbre para las familias burguesas, es
una supervivencia miserable de la antigua y severa Tradición. Este árbol,
siempre de la familia de las coníferas, Semper Virens, planta
que no muere durante el Invierno, reproduce el arcaico Árbol de la Vida o del
Mundo que, en el Solsticio de Invierno, se ilumina de una nueva Luz, expresada
precisamente por las velas que lo decoran y que se alumbran en esa fecha. En
cuanto a los regalos que se cargan en sus ramas (hoy simples regalos para
niños) representan efectivamente el simbólico "don de la Vida",
propio a la fuerza solar que nace o renace. Pero el momento donde el Semper
Virens (la planta que permanece verde y que no muere jamás) se renueva y se
ilumina en el simbolismo primordial, es idéntico a aquel en el que el
"héroe solar" surge de las aguas. Según un mito que se ha perpetuado
hasta la Edad Media tras haber jugado un papel importante en las leyendas
relativas a Alejandro Magno, el árbol cósmico es también un árbol solar en
relación estrecha con el llamado "Árbol del Imperio" (o "Arbor
solis", "Arbor imperii").
Esto nos lleva a considerar otro
aspecto interesante de estas tradiciones, que nos permitirá referirnos más
particularmente a la antigua romanidad. El Mitraismo o el culto a Mitra es la
forma más tardía asumida por la antigua religión (Mazdeísmo) en una formulación
particularmente adaptada a una mentalidad guerrera. Este culto se extendió en
el Imperio Romano; bajo Aureliano, la fecha de la "navidad solar" o
Solsticio de Invierno, el 25 de Diciembre, se identificaba con la del Natalis
Invicti, es decir, con el nacimiento de Mitra considerado como un héroe solar.
A propósito del Mitraismo en
Roma, seria muy superficial por no decir equivocado, hablar "sic et simplicer"
de "importación" o de "influencias orientales". Oriente, en
aquella época, era muy complejo, figuraban elementos muy heterogéneos, y entre
ellos, indudablemente, algunos rasgos importantes y no corruptos de la más
antigua herencia espiritual de los Pueblos Indo-europeos.
En cuanto a la relación que se
estableció entre Mitra y la Navidad Solar romana, un eminente estudioso
confirmó pertinentemente que no constituía una alteración, sino más bien una
renovación del calendario romano según el antiguo aspecto astronómico y
cósmico, que había tenido lugar en los tiempos primordiales de Rómulo de Numa y
que confería a las fiestas el significado de grandes símbolos en la
coincidencia de sus fechas con las grandes épocas de la Vida del Mundo.
Tras lo cual, se vuelve
importante examinar el atributo de Invictus-Aniketos, dado a Mitra, al héroe
solar en la nueva concepción romana. Es un atributo "triunfal". En
las tradiciones originarias y en las que le son próximas, es el atributo de
cualquier naturaleza celeste y, en particular del Sol (cuya Luz triunfa en las
tinieblas), fuerza uránica luminosa contra la cual las potencias de la noche y
de la sombría tierra son importantes. Pero en Roma, vemos que el epíteto
Invictus se convierte en el título imperial de los Césares; y sabemos, por otra
parte, que el Mitraísmo era menos el culto a una divinidad abstracta que la
voluntad de infundir a los iniciados, gracias a una cierta transformación de su
naturaleza, la cualidad misma de Mitra. Lo que explica la tendencia
a concebir simbólicamente y analógicamente el atributo solar, dotando de él al
hombre y haciéndolo la marca y el tipo de un ideal superior de humanidad, es
decir, de una supra-humanidad. Al igual que el sol renace eterna y
victoriosamente de las tinieblas, igualmente una eterna victoria interior sobre
la naturaleza mortal e instintiva se realiza en el individuo, al que una virtud
mística vuelve en general, verdaderamente digno de la función regia, el jefe,
el Dux. Es así como Roma veneró a Mitra y en Mitra veneró al héroe solar, un
"fautor imperii" y como se establecía una estrecha relación de
simbolismo solar con las ideas de realeza y de Imperio bajo su forma más
elevada.
Tal relación tiene un relieve
particular en las tradiciones heroicas de los antiguos Pueblos, como ya hemos
dicho estudiando la doctrina mística de la "gloria". No deseando
detenernos en ello, nos limitaremos a recordar la presencia de significados
idénticos en la antigua Roma. La "Victoria Caesaris", es decir, la
fuerza triunfal mística simbolizada por una estatua que se trasmitía de un
Cesar a otro, refleja exactamente las más antiguas tradiciones de la realeza y
del "hvareno"; pues no olvidemos que el "hvareno" equivalía
a una misteriosa fuerza solar de invencibilidad y de gloria que investía a los
jefes, haciendo algo más que simples mortales y testimoniando su victoria.
Una antigua efigie del Sol
representa este dios simbólico con la mano derecha elevada en gesto
"pontifical" de protección y la mano izquierda manteniendo un globo,
símbolo de la dominación universal. En otra representación, sin embargo se
puede ver a este dios que transmite el globo al emperador junto a una
inscripción refiriéndose a la solidaridad, a la estabilidad y al Imperium de
Roma: "Sol Conservator Orbis, Sol Dominus romani Imperii". Otro
medallón particularmente interesante lleva en el anverso la imagen del
emperador con la cabeza ceñida del Sempers Virens, con el follaje siempre
verde, mientras que el reverso representa al dios solar con el globo y además,
una cruz solar (con lo que constatamos así la presencia igualmente en la Roma
antigua de ese símbolo) y la inscripción: "Soli Invicto Comiti" (al
Dios Solar, Compañero Invencible). Otra imagen, conservada en el Museo del
Capitolio, nos muestra la asociación del símbolo del Sol Sanctisimus con el
águila, el animal fatídico de Roma, del que se creía que portaba el espíritu y
el alma de los emperadores muertos lejos de la pira funeraria hacia el cielo.
No pensamos que sea casual afirmar que estos testimonios que se podrían
multiplicar, nos hablan de un verdadero y real mandato divino solar, alma
viviente de la función imperial de los Césares que para nosotros, en el mundo
antiguo fue una especie de última luz de significados arcaicos que se perdieron
poco a poco.
En la antigua semana romana, el
"Día del Sol" era el día del maestro y este sentido se conservó en
las épocas sucesivas bajo el vocablo "doménica", en italiano;
"sonntag", en alemán o "sunday" en inglés, para este día
que festeja literalmente el "Día del Sol" reflejando así la antigua
concepción solar. Algo de la sabiduría de los orígenes parece pues haberse
conservado de cierta manera en la fiesta anual de la Navidad, aunque la
celebración del Nuevo Año se haya disociado. El simbolismo de la Luz se ha
conservado -y si recordamos también en el evangelio de Juan se dice: «Erat lux
vera, quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum»- así como el
atributo de "gloria" que sigue luego. En los monumentos del primer
período romano el símbolo solar está unido al de la cruz.
En la tradición nórdica y en
Roma el mismo tema tuvo un alcance no sólo religioso y místico, sino también
sagrado, heroico y cósmico al mismo tiempo. Fue la tradición de un pueblo, a
quien la naturaleza, la gran voz de las cosas hablaron de un misterio de
resurrección, de nacimiento o de renacimiento de un principio no sólo de
"Luz" y de vida nueva, sino también de Imperium, en el sentido más
alto y más augusto de la palabra.
JULIUS EVOLA.