viernes, 6 de julio de 2012

NOSOTROS; LOS HIPÓCRITAS.



Nos relajamos, pensábamos que todo iba muy bien y si dejábamos correr la corriente, el río discurriría por el cauce perfecto. De este modo, los políticos dejaron de hacer política y se dedicaron a hacer negocios y a luchar por el poder. Nada era necesario repensar, todo fluía con corrección, sin esfuerzo la construcción seguía adelante. Dejaron de visitar los barrios, porque daba más glamur el reality show de la tele. Se convirtieron en actores que soñaban con ver su nombre sobre el muro principal de algún teatro o aeropuerto, se acomodaron en el ensueño de sus magníficas dietas y esplendorosos privilegios (mientras la caja soltase billetes…). 
El pueblo fue espectador activo de la obra y aplaudían cuando el spiker lo exigía o daban la opinión que el guión les reclamaba (mientras el banco financiase los sueños…). Los hijos aprendieron a sonreír en la amargura del hastío y ante la invisibilidad de los padres se han convertido en sobjetos (sujeto+objeto), aferrados a sus móviles, ipod, tabletas u ordenador. A los profesores dejaron de importarles sus alumnos y a los alumnos se la sudaban los profesores. Sí, pensábamos que todo iba muy bien. Mientras fuéramos pagando la hipoteca, cambiáramos de coche cada cuatro años y nos pudiésemos permitir algún fin de semana de recreo, no había problema, decíamos incautos. Pero nada iba bien. La degradación moral de los valores humanos era cada vez más profunda. Nos olvidamos del valor que tenemos por lo que somos y sólo éramos capaces de valorarnos por lo que poseíamos, sin querer darnos cuenta de que lo que nos sobraba a nosotros, era porque le faltaba a otro.
En la siempre improvisada representación, a veces, donábamos algo a Cáritas o a alguna asociación contra el hambre para sentirnos solidarios y, de paso, expiar nuestras culpas, pero después, en la intimidad de nuestras casas, nos reíamos de las desgracias del vecino y pisábamos el cuello al compañero en el trabajo. Esa es la educación que el pueblo español ha dado a sus hijos, la educación de la codicia y del “ande yo caliente y que le den por el culo a la gente”. Seamos honestos y reconozcamos la verdad. Nos preocupaba más que nuestro hijo fuese el espejo de nuestro éxito, a que fuese un “desgraciado” de esos que se apuntan a Payasos Sin Fronteras. Nos empeñamos en que tuviera el mejor coche, la mejor play, la mejor tontería que pudiéramos comprar con la tarjeta. Así de perdida está la juventud ahora, sin rumbo, sin futuro y confundida. Por un lado los inconscientes de la discoteca y por el otro los concienciados, los que sí van a las manifestaciones, reclamando la pérdida de unos derechos ganados a pulso, dicen. Con el sudor de su frente, dicen. Pero todos, unos y otros, reclamando su cuota de personalismo exhibicionista.
Los psicólogos dicen que ese es el perfil que impera en las redes sociales, el del exhibicionista. Por eso será imposible la educación de las conciencias a través del twuitter o del facebook, mucho menos la posibilidad de unión consensuada del pueblo ante la agresión que está sufriendo por los políticos y los mercados. La red se ha demostrado muy efectiva a la hora de llevar a cabo convocatorias, sobre todo el año pasado, cuando el 15M contaba con el apoyo de las imágenes televisivas, ya fuesen críticas o no. Pero, a la hora de establecer un consenso estratégico, un programa de acción, siempre fallará, porque la vanidad y el exhibicionismo imperante, fragmentará cada proyecto de unión cívica. Todos vivimos en el mismo cielo, pero nadie quiere renunciar a su nube particular, sin querer darnos cuenta de que al preocuparnos tanto por ensombrecer a los demás, ya a casi nadie le llega el sol.