La cultura no conformista europea
posterior a 1945 presenta pocas figuras verdaderamente fundamentales. Una de
éstas es seguramente Jean Thiriart, distinguido padre del europeísmo nacional
revolucionario. Thiriart ha contribuido de forma esencial en la formulación de
los temas centrales de nuestra visión del mundo, basta pensar en el mito de la
Europa unida, aliada de los pueblos del Tercer Mundo y enemiga irreductible de
los USA o en la definición del concepto de “mundialismo” término del cual el
ideólogo belga fue probablemente también el inventor. Releer a Thiriart, hoy en
2004, cuando la anaconda estadounidense rodea Eurasia y se oyen, cada vez más
alto, los cantos embaucadores de las sirenas del “choque de civilizaciones” es
casi un deber. Para descubrir nuestras mejores raíces, para echar una mirada
revolucionaria sobre el presente y sobre el futuro y para volver a ser,
nietzscheanamente, buenos europeos.
Una Europa unida: una
necesidad
La Grande Nazione es un texto que
se remonta a los primeros años 60. A inicios de los años 90 ha sido sabia y
necesariamente reeditado por Edizioni Barbarossa, con ocasión de la
desaparición del autor, acaecida el 23 de noviembre de 1992, por una crisis
cardiaca. Junto a “Un Imperio de 400 millones de hombres: Europa” (de la que
parece que Edizioni Controcorrente estén preparando una nueva edición) el texto
en cuestión es, quizá, una de las obras más famosas del pensador belga. En
sesenta y cinco tesis ágiles y desenvueltas, Thiriart traza un verdadero y
auténtico programa político, tocando simultáneamente tanto la concreción
pragmática como la imaginación visionaria. El punto de partida del discurso
thiriarista es la constatación de lo ineludible de la dimensión continental; ya
en el primer punto se declara que “ya no existe, actualmente, ni independencia
efectiva ni progreso posible fuera de las grandes estructuras políticas
organizadas a escala continental […] Hoy, la dimensión europea es el mínimo
posible para el nacionalismo europeo”. Este tipo de nacionalismo se basa en una
identidad de destino requerida para un gran designio común, se funda sobre un
proyecto para el porvenir.
Por lo demás “una Europa sin
nacionalismo es […] imposible. Es una concepción abstracta, típica de la
izquierda "light", contradictoria en los términos. ¿Qué es una nación
sin sentimiento nacional?”. El ideal nacionalista gran-europeo se estructurará
históricamente como obra de un partido revolucionario. La liberación y la
unificación del continente serán obra de una estructura rigurosamente
centralizada y jerarquizada de tipo leninista, dentro de la cual “los mejores
europeos vivirán Europa antes del nacimiento del Estado europeo”.
Unida, armada,
independiente
¿Qué forma deberá tener la Europa
del futuro? Es sabido que Thiriart fue siempre ajeno a cualquier lógica
“organicista” y esto le marcó un límite ideológico, más bien estricto. Su idea
de Nación Europea no puede asumir connotaciones regionalistas, federalistas o
propiamente imperiales (si bien, Thiriart mismo use a veces el término
“imperio”). Aquí el pensador belga es clarísimo: la Europa de las patrias, la
Europa federalista podrá ser útil solamente durante una fase transitoria. La
verdadera Europa del futuro deberá ser unitaria. En el paso del Estado-nación a
la organización a escala continental no hay un cambio cualitativo (como por el contrario,
ha intuido De Benoist, profundizando en la esencia específica de la forma
imperial) sino solamente una ampliación cuantitativa. La Europa nación será un
Estado más grande, y no otra cosa distinta respecto a los viejos pequeños
Estados. Unitaria e indivisible la “Gran Nación” deberá estar necesariamente
armada, los europeos deberán dotarse de arsenales atómicos propios como única
verdadera garantía de independencia y para garantizar el equilibrio mundial.
Thiriart prevé también la necesidad de la moneda única europea, lugar de paso
obligatorio en el camino de la independencia: “el fin del protectorado
americano pasa por supresión de la tutela del dólar y la creación de una moneda
no extranjera, sino europea, basada en nuestra prodigiosa potencia económica”.
Contra los
imperialismos antieuropeos
Las partes menos actuales de La
Grande Nazione resultan ser aquellas más directamente focalizadas en la
situación geopolítica de la “Guerra Fría”, la época en la que Thiriart escribe
y de hecho la del Muro de Berlín y de la división del viejo continente en dos
bloques antagónicos. No obstante, a algunas décadas de distancia de aquellas reflexiones,
podemos hoy leer en toda su sabiduría y amplitud de miras, las tomas de
posición thiriaristas e incluso cotejarlas con las de los que en la época se
refugiaban bajo la sotana de los ocupantes americanos contra los ocupantes
rusos o viceversa. La idea fundamental de Thiriart es que apoyarse en un
ocupante para combatir a otro es una posición suicida: “quien quiera la salida
de los rusos debe querer también la de los americanos y viceversa”. La propia
crítica de la URSS, de todas formas, viene formulada en la conciencia de que:
“en tiempos más lejanos la frontera de Europa pasará indudablemente por
Vladivostok” En cuanto a América, Thiriart nunca ha sufrido esa tentación
occidentalista que a menudo ha contagiado a diversos exponentes del neofascismo
europeo; para el fundador de Jeune Europe, la OTAN es una fuerza de ocupación
de la que desembarazarse lo más pronto posible, La civilización americanomorfa
es una idea totalmente carente de recursos vitales: “mañana nadie querrá morir
por la plutocracia”
Derecha, izquierda y
más allá
En cuanto a los ordenamientos
políticos internos, Thiriart se declaraba favorable a una democracia
postliberal, no parlamentaria y por tanto no plutocrática. Es necesaria una
democracia europea nacional: “nuestra democracia será directa, jerárquica, viva
y hundirá sus raíces en toda la Nación” Sus reglas serán capacidad y
responsabilidad. ¿Posiciones de derechas o de izquierdas? Como persona
inteligente, Thiriart huía de semejantes categorías. Fiel al pensamiento de
Ortega y Gasset, que veía en la derecha y en la izquierda dos formas de
hemiplejía mental; rechazaba las definiciones burguesas para situarse, más
bien, como la vanguardia del centro (que, “ça va sans dire”, en esta acepción
no tiene nada que ver con la ciénaga democristiana o “giolittiana”…) Hoy, la
auténtica distinción política fundamental es la que distingue a los partidos
extranjeros del partido de los europeos. Los colaboracionistas son ante todo
traidores, así como los europeístas son ante todo patriotas, prescindiendo de
la ubicación política de unos y otros.
La economía de potencia
Autarquía, independencia,
potencia, dignidad social; estos son los valores de la concepción económica
thiriarista. Contra los desastres de la economía utópica (marxista) y de la economía
del beneficio (capitalista), hay que recurrir a la economía de la potencia que
apunta al máximo desarrollo del potencial nacional y busca mantener autárquica
la economía nacional, al menos en lo que respecta a los sectores estratégicos.
La idea de fondo es que cuanto más poderoso e independiente es un país, más
libres son sus ciudadanos. Por otra parte, sin acceso a las materias primas no
hay independencia económica y sin independencia económica no hay socialismo. La
construcción del socialismo precisa de una autarquía continental europea:
“existen para la planificación, como para la autarquía, un valor y un volumen
crítico, por debajo del cual la tentativa está destinada al fracaso […] una
pequeña nación no puede elegir libremente su tipo de vida económica y social,
debe tener en cuenta diversas interferencias extranjeras. De lo que resulta que
cuanto más pequeña es una nación, más sometida está a las influencias
extranjeras […] Ningún intento de socialismo comunitario y vital por debajo de
la dimensión europea” Ni puede tener sentido un socialismo internacionalista,
cosmopolita y mundialista: “La nación es el envoltorio y el socialismo su
contenido”. El socialismo sin la nación es una abstracción que no puede llegar
lejos.
El comunitarismo
El comunitarismo es pues un
socialismo laicizado, separado de las utopías, desembarazado de los dogmas. En
concreto: “el máximo de propiedad privada dentro de los límites siguientes: la
no explotación del trabajo ajeno, la no injerencia en la política por
hipertrofia de la capacidad económica y la no colaboración con intereses ajenos
a Europa y a su beneficio”. Lo que cuenta es el dominio de la política sobre la
economía. Por ello, solo la gran propiedad que puede poner en peligro la
soberanía política es eliminada, mientras que la pequeña propiedad es
garantizada. Fundamentalmente el derecho a la propiedad de la casa para
garantizar a cada uno su propio enraizamiento en la sociedad. La política debe
dirigir la economía teniendo en cuenta la organización específica de las
empresas (o sea, el tipo de producción: fabricar paraguas no es lo mismo que
producir alta tecnología) y de su reglamentación dimensional (o sea, del
volumen de la empresa: una empresa con cincuenta empleados es diferente de una
que tiene cincuenta mil). Solo las industrias de dimensiones extraordinarias o
de importancia vital deben ser nacionalizadas, mientras que la pequeña empresa
puede, muy bien, ser privada. Dentro de estos límites y con estas condiciones,
Thiriart ve un factor positivo, incluso en algunos aspectos de la economía de
mercado: la libre empresa es competición, por ejemplo, generan una selección y
la asunción de responsabilidades. No son pues, un mal en sí mismas. “La función
comunitaria consiste en controlar que la máxima productividad esté garantizada
con una justicia social vigilante”. Es solo en el seno de dicho socialismo
comunitarista, donde podrá tener lugar la auténtica liberación del trabajador.
Los proletarios serán transformados en trabajadores y los trabajadores en
productores: “la supresión del proletariado se realizará a través de la
liberación de los trabajadores […] Nosotros devolveremos a los trabajadores sus
responsabilidades y su dignidad. Suprimiremos las clases sociales, dando el
puesto de honor al trabajo del hombre, único criterio de valor. Nuestra
jerarquía estará basada esencialmente en el trabajo. Queremos una comunidad
dinámica por medio de la colaboración en el trabajo de todos los ciudadanos”.
Al mismo tiempo, serán combatidos los vagos y los explotadores, haciendo del
trabajo una obligación, para así sacar a los parásitos de sus madrigueras.
Contra la falsa Europa
Ésta y solo ésta, es la verdadera
Europa. Thiriart lo sabía: peor que los enemigos de Europa, solo son sus falsos
amigos. “La evidencia de Europa es tal que sus propios ocupantes son
constreñidos a usar un lenguaje europeo. Existen multitud de organismos, de
comités y de círculos “europeos”. Europa está de moda y sirve para el despegue
de muchos aficionados e intelectuales. De esta Europa de las charlas, de esta
Europa de los banquetes, nunca saldrá una Europa de sangre y de espíritu. Ésta
se hará cuando la fe en la Europa nación haya penetrado en las masas y haya
entusiasmado a la juventud, esto es, cuando haya una mística europea, un
patriotismo europeo. La verdadera Europa no vendrá realizada por juristas o
comisionados; será obra de combatientes que tengan la fe de los
revolucionarios”. Él, ya lo había comprendido todo.
ADRIANO SCIANCA