En varias obras, Evola ha estudiado el Zen, sirviéndose de
poemas, textos y frases de maestros Zen para expresar sus ideas. Sin embargo,
en la mayor parte del tiempo no se extiende mucho sobre este tema. El autor de
"Revuelta Contra El Mundo Moderno" ha escrito más sobre tantrismo o
alquimia que sobre el Zen. Solamente algunos artículos han sido dedicados a
esta cuestión.
Para Evola el Zen representa hoy el budismo original.
"El Zen no constituye una anomalía extremo oriental del budismo, tal como
algunos han pretendido equivocadamente, sino que es una reiteración de los
temas y de las exigencias que dan vida al budismo de los orígenes (...)".
Igualmente precisa: Es suficientemente notorio que el Zen en su espíritu,
puede ser considerado como un retorno al budismo de los orígenes. El budismo
nació como reacción vigorosa contra las especulaciones y los ritualismos vacíos
en los cuales la antigua casta sacerdotal india había caído. El budismo hizo
tabula rasa con todo esto (...). En los desarrollos subsiguientes del budismo,
la situación contra la cual éste había reaccionado, se reprodujo. El budismo se
convirtió en una religión con sus dogmas, sus rituales, su escolástica, sus
minuciosas reglas morales. El Zen intervino de nuevo para hacer tabula rasa con
todo esto, para colocar en primer lugar lo que había constituido el núcleo
vital del budismo en su forma original, a saber, la conquista de la
iluminación, del despertar interior.
Evola, en ocasiones, emplea la palabra "budismo esotérico"
para referirse al Zen. Según la Tradición, el Buda lo habría transmitido a un
solo discípulo, Mahakashiapa, quien abrió un lugar de patriarcas detentadores
de este conocimiento que habían recibido la Transmisión legítima. En el siglo V
d. J.C., Bodhidharma llevó esta enseñanza a China en donde se desarrolló con el
nombre de Tch’an, que sufrió una rápida influencia del taoísmo,
trascripción de la palabra sanscrita DHYANA (=contemplación), luego pasó a
Japón a fines del siglo XII y principios del XIII, gracias a Yosai (Eisai en
japonés) y sobre todo Dogen.
Por su carácter abrupto, desprovisto de cualquier
sentimentalismo y devoción, por su rechazo al formalismo y el conformismo, el
Zen apareció como una vía difícil, reservada a una élite. El Zen debe ser
considerado, bajo su aspecto absoluto, como la doctrina de los iniciados,
indica Evola, es decir, válida para personas ya bien orientadas en la vía que
conduce al despertar. La doctrina del despertar posee un carácter esencialmente
iniciático. Por ello no podía aplicarse más que a una minoría, al contrario del
budismo más tardío, el cual toma la forma de una religión abierta a todos o de
un código de moralidad pura y simple.
De hecho, la esencia y el fin del Zen, el SATORI, la
iluminación, el despertar, no pueden ser expresados. Los KOAN -especie de
enigmas que no pueden ser resueltos por la razón- son, a este respecto,
característicos. El discípulo debe superar todo lo que es forma, prejuicios,
hábitos, clasificaciones, creencias, etc., para encontrar una respuesta. El Zen
no tiene concesiones, no promete nada; los maestros dicen:
"Practicad" y no hablan nada del despertar sino es bajo una forma
velada. En cuanto al contenido de su experiencia, el Buda guarda
silencio, para impedir que, de nuevo, en lugar de actuar, no se entregue al
placer de especular y filosofar, explica Evola.
Toda palabra, todo escrito, cualquier descripción, son
limitadas, pues "según lo que dicen los maestros del Zen, el rasgo
esencial de la nueva experiencia es la superación del dualismo, dualismo entre
el fuera y el dentro, entre el yo y el no-yo, entre lo finito y lo infinito,
entre el ser y el no-ser, entre la apariencia y la realidad, entre lo vacío y
lo lleno, entre la sustancia y los accidentes, y, paralelamente, la imposibilidad
de discernir cualquier valor planteado dualísticamente por la conciencia finita
y ofuscada por la particular, hasta límites paradójicos: el liberado y el
no-liberado, el iluminado y el no iluminado, este mundo y el otro mundo, la
falta y la virtud, no son más que una sola y misma cosa". Y también:
"el estado de la budeidad, no puede ser comprendido más que por quien el
mismo es Buda (...)".
Esta apariencia irracional, rebelde a cualquier forma, sedujo
mucho a algunos contestatarios, como los beat en los años cincuenta:
Puede comprenderse que todo esto haya atraído mucho al joven occidental
desarraigado que no soporta ninguna disciplina, que vive a la aventura y le
gusta la revuelta. Evola separa cualquier equívoco: Aquel que
precisa que puede encontrar en el Zen la confirmación de una ética que podría
equivaler a la libertad, pero que sea intolerante a toda disciplina interior, a
toda dirección emanando de las partes superiores de su propio ser, se verá decepcionado.
Igualmente, para quien en un intento de recuperación del Zen por el
psicoanálisis, operado por Jung, Evola observa: (...) Según Jung, el
significado verdadero y positivo, no solo de las religiones sino también del
misticismo y de las doctrinas iniciáticas, sería el alma, desgarrada y torturada
por los complejos; en otros términos, sería cambiar a un neurótico y anormal...
lo que encontramos en todas las doctrinas espirituales y tradicionales, es algo
completamente diferente. El hombre sano y normal no es aquí el punto de
llegada, sino el punto de partida, y son facilitados los medios por los cuales
quien lo desea, si tiene verdadera vocación, puede intentar la aventura de
superar efectivamente la condición humana (...). Precisiones netas, sin
equívocos para el psicoanálisis y los charlatanes pseudoespiritualistas que
manipulan una clientela de tarados.
No hay que creer que el adepto al Zen huye del mundo o busca
evadirse. Por el contrario, se trata de reencontrar su rostro original,
"la condición normal". En la alegoría de la captura del búfalo, el
interesado está en las primeras imágenes, enteramente preocupado por encontrar,
luego amansar, y por fin, subir a lomos del animal. Una vez realizado, el búfalo
desaparece, igualmente el hombre; en su lugar, ocupa toda la imagen un círculo.
Ultima imagen, el "despertado" discute con gentes en un mercado, ha vuelto
al mundo. Evola, en la "Doctrina del despertar", recupera esta
explicación: Antes que un hombre se ponga a estudiar el Zen, para él las
montañas son montañas y las aguas, aguas. Cuando gracias a las enseñanzas de un
maestro cualificado, ha tenido la visión interior de la verdad del Zen, para él
las montañas ya no son montañas, ni las aguas son aguas. Pero luego, cuando ha
llegado verdaderamente al asilo de calma, de nuevo, las montañas son montañas y
las aguas, aguas. La vida en Japón fue penetrada por el espíritu
del Zen, sea la vía de la espada, el Ken-do, la vía del guerrero, Bushido, la
vía del té, de las flores, del tiro con arco, de la poesía (...). Todas las
actividades de la vida pueden ser impregnadas por el Zen y, por ello, elevadas
a un significado superior, a una totalidad y a una impersonalidad activa: un
sentido de insignificancia del individuo que no paraliza, sino que asegura una
calma y un distanciamiento, permitiendo una asunción absoluta y pura de la vida
(...). El Zen tiende a aportar una estabilidad interior (...) permitiendo, como dice Lao Tsé ser un todo en un fragmento.
Existe en el Zen una búsqueda de la simplicidad, de lo
natural, evacuación del razonamiento abstracto, intelectual. (...) El
universo es la verdadera escritura del Zen (...). Árboles, hierba, montañas,
corrientes, astros, mar, luna, es con estos elementos que se escriben los
textos Zen (...). El Sol se alza, la luna decrece. Altura de las montañas.
Profundidad de la mar. Flores primaverales. Fresca brisa estival. Otoño de
amplia luna. Copos de nieve invernal. Estas cosas pueden ser demasiado
simples para que un observador común les preste atención, pero poseer para el
Zen un significado profundo. El practicante del Zen reencuentra la
unidad, la intimidad, con la naturaleza, tal como lo expresa este Koan del
maestro Taisen Deshimaru:
El hombre mira a la flor, la flor mira al hombre.
Estos diferentes aspectos -antiintelectualismo-, ausencia de
sentimentalismo, de devoción, rechazo de las formas, abandono del individuo,
llamada a la intuición, exigencia de una disciplina interior, no podían sino
seducir Evola. Sin embargo, este desconfió siempre del Zen occidentalizado, tal
como lo comprenden los modernos, habiendo perdido su fuerza, su altura, su
virtud. En cuyo caso se convierte en una forma, una contra imagen suplementaria
establecida por el mundo moderno.
Christophe Levalois