Mostrando entradas con la etiqueta Thule ~ La Cultura de la "otra" Europa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Thule ~ La Cultura de la "otra" Europa. Mostrar todas las entradas

jueves, 18 de septiembre de 2014

martes, 16 de septiembre de 2014

EL HINDUISMO. Ejemplo vivo de la Tradición hiperbórea

 

EL  HINDUISMO
EJEMPLO VIVO DE LA TRADICIÓN HIPERBÓREA
____________________________________


El pasado Martes, 9 de Septiembre de 2014 e. c., era presentada en Madrid la obra El Hinduismo (1), de Swami Satyananda Saraswati (2), justamente, por el mismo autor. Varios miembros de Tierra y Pueblo estuvimos allí. Pero dejemos, por supuesto, que sea el propio autor –por lo demás, plenamente consciente de que querer comprender o presentar, aunque sea mínimamente, esta imponente y variada Tradición espiritual (que es el Hinduismo) en un breve ensayo como el suyo es un gran reto– quien nos hable sobre su propia obra (3); nadie mejor que él:


El Hinduismo

El Hinduismo –lo que hoy llamamos como tal, pues su verdadero nombre es Sanatana Dharma, el Orden eterno, la Ley perenne, el Camino eterno– es la Tradición espiritual y metafísica, aún viva, más antigua de la Tierra. Su esencia se ha mantenido hasta nuestros días, y en todo momento ha acogido la auténtica aspiración del ser humano de reconocer la propia Realidad trascendente.

Para el Hinduismo, la esencia de todo ser es sat-chit-ananda, existencia, conciencia y dicha absolutas. El reconocimiento de esta Realidad esencial es el hecho más importante y la culminación de la vida del ser humano.

A lo largo de los milenios, y según las necesidades de cada momento, la Tradición hindú ha adquirido diferentes formas. El Hinduismo contiene en sí el camino solitario del yogui y la austeridad del asceta, así como el camino de aquellas personas sumidas en las responsabilidades familiares y sociales. El Hinduismo acompaña al asceta en la contemplación profunda y radical del hecho de que la totalidad del mundo fenoménico de los hombres y las formas es algo sin sustancia ni realidad en sí mismo, asat, no real; y a la vez guía al adepto en la contemplación del reconocimiento de que la totalidad del Universo es la maravillosa manifestación de la danza extática de la shakti o energía divina y primordial.

La aceptación de las diferentes constituciones internas de los seres humanos, así como la multiplicidad de caminos adecuados para esas variadas potencialidades humanas, es una de las grandezas del Hinduismo. Hay que tener presente que el Hinduismo no depende de ningún mesías ni profeta, ni de la historicidad de persona alguna. Tampoco depende de un único libro sagrado –a pesar del respeto que se les otorga a los Vedas–, ni de una única doctrina o dogma, ni de un único culto, práctica o camino; ni tan solo depende de una sola forma de entender la Realidad (4).

En la raíz misma del Hinduismo se halla el profundo reconocimiento de la sacralidad de toda forma, nombre, acción y ser; la sacralidad del Universo, la Tierra, la Naturaleza, los animales, los árboles, los ríos y las montañas; y, conviene resaltarlo, la sacralidad de nuestra propia esencia, el reconocimiento de que la totalidad del Cosmos (5) es el reflejo de la Realidad absoluta.

El Hinduismo, por su riqueza metafísica, por su falta de limitaciones dogmáticas y por su extraordinaria amplitud, se entiende poco en Occidente, donde eruditos e indólogos con frecuencia lo estudian a través de patrones conceptuales que le son totalmente ajenos.

Es necesario tomar conciencia de que la Tradición hindú otorga el mismo valor al mito que a la Historia. La narración es una forma de contemplar y comprender la realidad alejada del racionalismo occidental.

El Hinduismo y el mundo moderno

La existencia o la “supervivencia” de una Tradición espiritual depende del hecho de que la cosmovisión que comporta pueda ser vivida plenamente y sin impedimentos.

La capacidad del Hinduismo de renovarse y adaptarse a nuevas coyunturas queda probada por su antigüedad y pervivencia durante milenios. En los últimos años se habla de un gran renacimiento hindú. Pero a pesar de este crecimiento, el gran reto que ha de afrontar el Hinduismo es el de las grandes tradiciones religiosas: Su pervivencia en un mundo desacralizado en el que se priorizan los valores materiales sobre los espirituales, en el que los sistemas de transmisión del conocimiento que podríamos llamar tradicionales son sustituidos por sistemas de comunicación de masas, con la pérdida consiguiente de identidad. El gran peligro de la ideología global que se impone alrededor del planeta (alejada de la sacralizad de la vida) es que se presenta como neutra, tolerante, abierta, científica, humanista, como si no quisiera influir en el sentimiento profundo y espiritual de las personas, pero es, de hecho, todo lo contrario y destruye este sentimiento.

Los pilares de la Tradición hindú son valores tales como el contentamiento, la austeridad, la veracidad, la fortaleza, el discernimiento, el no dañar, la entrega, la devoción y la nobleza; palabras que casi ya no pertenecen al mundo actual de los medios de comunicación de masas, donde se normalizan la codicia y el hedonismo. En estas nuevas condiciones se abre un abismo artificial entre las diferentes generaciones humanas, con la consecuencia de que el hilo de la transmisión natural entre padres e hijos (necesario para que una cosmovisión espiritual pueda continuar viva) a menudo se rompe para siempre.

Un punto y seguido, que no final, sobre el Hinduismo...

El Hinduismo mantiene el fuego de la contemplación metafísica y de la verdad upanishádica como una experiencia viva. El gran soporte de la Tradición hindú a lo largo de los milenios han sido siempre los mahatmas, los sabios y los maestros que han trasmitido la luz de la revelación védica expresándola según las condiciones y el lenguaje de cada momento. El hindú sacraliza su vida por medio del apoyo que la Tradición le ofrece, ya sean los diversos rituales, los mantras, el estudio de los textos sagrados, la práctica del yoga en sus diversos aspectos, la devoción por la Divinidad, la meditación profunda y, especialmente, el reconocimiento de la realidad del atman en todo lo que existe. En un Universo donde todo es cambio, el dharma permanece eternamente.

Recordemos las palabras de despedida del gurú dirigidas a sus jóvenes estudiantes, que después de doce años estudiando los Vedas y el dharma regresaban a casa:

«Di la verdad; practica la virtud; no seas negligente en el estudio de los textos sagrados; no descuides la veracidad; no descuides el dharma. No descuides tu propio bienestar; no descuides la prosperidad; no descuides el estudio ni la enseñanza; no descuides los deberes hacia los Dioses y los antepasados. Considera que tu madre es Dios; considera que tu padre es Dios; considera que tu maestro es Dios; considera que el huésped es Dios. Estas son nuestras costumbres dignas, y las honramos» (6).

Swami Satyananda Saraswati


Consideraciones de Tierra y Pueblo sobre el autor y su obra

Tras la lectura de la obra El Hinduismo, oír a su propio autor durante la aludida presentación de la misma y, seguidamente, haber tenido el honor y el placer de poder departir con él unos instantes en el marco referido, podemos concluir, absoluta y sinceramente, que:

Swami Satyananda Saraswati es, por su evidente bonhomía, honestidad, humildad, naturalidad, sabiduría..., sencillamente, un verdadero Hombre de la Tradición que, como tal, la encarna en todo y a cada momento de su vida. Lo que, repetimos, resulta evidente (7).

Y su obra, El Hinduismo –en virtud de las palabras del propio autor, basada o fundamentada en las escrituras, los textos y las escuelas que tienen más relevancia en el Hinduismo védico, así como en las enseñanzas de los mahatmas o sabios que, a lo largo de los milenios, han sido el corazón siempre vivo de esta Tradición; optando casi siempre, además, por aportar una traducción propia con la voluntad de mantenerse fieles al sánscrito original; siendo la narración un modo de contemplar y comprender la realidad, por ello así mismo una de las formas utilizadas en su libro; siendo también su deseo a lo largo del texto que sea la misma Tradición hindú la que se exprese a través de sus propias fuentes y de su propia visión y luz–, es, por su evidente belleza, claridad, concisión, fundamento, lenguaje poético..., también sencillamente, un auténtico compendio de sabiduría. Absolutamente.

De hecho, afirmamos con rotundidad que el autor puede darse por plenamente satisfecho respecto a su noble deseo cuando, también en virtud de sus propias y últimas palabras que concluyen la introducción a su obra que aquí y ahora nos ocupa, manifiesta: «Si este libro es capaz de mostrar una pequeña chispa del resplandor del inmenso Sol del Conocimiento que es el Hinduismo, nos daremos por satisfechos». Pues así es, tal pequeña chispa vive...

Finalmente, desde Tierra y Pueblo, siempre en la búsqueda constante por dotar a nuestros amigos y simpatizantes de aquellos referentes y textos en los que se encuentren los valores en que se fundamenta nuestra Cosmovisión de la Vida, recomendamos y mucho la lectura de El Hinduismo, de Swami Satyananda Saraswati. Pues, no en vano, los orígenes del Vedismo que devino en el Hinduismo y los de la genuina Cosmovisión de la Vida inherente a los pueblos y las tierras de nuestra gran patria, Europa, son los mismos: Hiperbóreos y solares (8).

Notas

(1) El Hinduismo. Colección ‘Fragmentos’, Nº 26; Fragmenta Editorial. Barcelona, Septiembre de 2014 e. c. 168 páginas. Traducción de la versión original en catalán, L’Hinduisme, a cargo de Carla Ros i Tusquets. Colección ‘Introduccions’, Nº 6; Fragmenta Editorial. Barcelona, Diciembre de 2012 e. c.

(2) El autor, Swami Satyananda Saraswati, monje de la Orden (ascética) de Sri Shankará. Nacido en Barcelona en 1955 e. c. Ha vivido durante tres décadas en la India. Ello le ha llevado a conocer a fondo, justamente, el Hinduismo o Tradición hindú; especialmente, el Advaita Vedanta, el Shivaísmo de Cachemira y la Filosofía del Yoga. Conoce a Swami Muktananda Paramahamsa en 1976 e. c., quien lo iniciará en el camino de la meditación. Recibe los votos como ‘sanniasi’ o renunciante (a la vida material) de la Orden de Sri Shankará en 1982 e. c. Se establece a los pies de la montaña sagrada de Arunachala, en compañía de discípulos directos de Sri Ramana Maharshi. Estudia sánscrito en Puducherry (Pondicherry) y Varanasí (Benarés). Posteriormente, bajo la guía de Swami Nityananda Giri, se adentra en la contemplación de las Upanishads en Thapovanam, en el estado indio de Tamil Nadu. Actualmente reside en Catalunya (Cataluña), donde imparte enseñanzas sobre el Hinduismo. Ha editado e introducido la obra colectiva Mística medieval hindú (Editorial Trotta. Madrid, Noviembre de 2003 e. c. 192 páginas) y es autor de varias contribuciones a obras de temática índica. Es fundador e impulsor de Advaitavidya (http://www.advaitavidya.org/), una asociación dedicada a la práctica, la contemplación y el estudio de la Tradición hindú. Acaba de publicar en castellano, justamente, El Hinduismo.

(3) Texto extraído, necesariamente, de la obra que nos ocupa aquí y ahora, El Hinduismo.

(4) Es oportuno incidir en que el autor, Swami Satyananda Saraswati, entrevistado por Eloy Ramos, en el programa ‘La Hora de Asia’ de Radio Exterior de España del pasado Miércoles, 10 de Septiembre de 2014 e. c., hace hincapié en que el Hinduismo es una Cosmovisión de la Vida o una suma de distintas cosmovisiones, es una forma de vivir, una forma de entender la vida, de entenderse a uno mismo; en él, a diferencia de las religiones, no hay un dogma único ni un libro único, no hay un mesías ni necesariamente una estructura, no hay una visión única o una verdad única... Lo sagrado, por lo demás, está en el Todo y en cada una de sus manifestaciones. Así pues, añadimos desde Tierra y Pueblo, es evidente su inequívoca cercanía en sus fundamentos, por su inherente y profundo sentido de Libertad absoluta y Totalidad diversa, al Paganismo o, mejor dicho y por cuanto como europeos nos atañe profundamente, justamente, los paganismos europeos, a fin de cuentas y no en vano, como el Vedismo que devino en el Hinduismo, lo reiteramos, también hiperbóreos y solares, por su origen, su ser y su destino... Los nuestros.

(5) Cosmos, del griego Κόσμος, es decir, Orden.

(6) Taittiriya-Upanishad, I, 9.

(7) Al respecto, también oportuno nos parece, pues, reproducir la entrevista que le hiciera Lluís Amiguet, en la sección ‘La Contra’ de la edición digital del periódico La Vanguardia y publicada, bajo el título de “Dese tiempo”, el Sábado, 12 de Enero de 2013 e. c.:

S.S.S.: ¿Y usted quién es?

L.A.: El Amiguet, de ‘La Contra’: Quedamos en que vendría hoy.
S.S.S.: No le he preguntado ni su nombre ni dónde trabaja, sino... ¿Quién es usted?

L.A.: Me he leído su aventura en la montaña sagrada de Arunachala y en Cachemira...
S.S.S.: Muy bien, pero ¿Quién es usted?

L.A.: Si se pone así... Pues no sé quién soy.
S.S.S.: Ya es un paso admitirlo. Yo lo di hace 37 años –en 1976 e. c.–. Me fui a la India. No quería ser una más de los millones de personas que mueren cada día sin conocerse.

L.A.: Otros muchos viven así tan ricamente.
S.S.S.: No son conscientes de quiénes son y por eso tampoco han conocido a nadie. Viven las vidas de otros: Consumen productos ajenos; trabajan para otros; votan a otros...

L.A.: ...
S.S.S.: ... Y engrosan las audiencias de televisiones de otros... ¿Quiere vivir más y mejor? Empiece por apagar la tele y encenderá el cerebro.

L.A.: La tele relaja y hace compañía.
S.S.S.: ... No se relajará olvidándose, sino descubriéndose. Y cuando se conozca de verdad a sí mismo, jamás volverá a sentirse solo, porque usted es su mejor compañía, y cuando no necesite distraerse, ni entretenerse, ni que le distraigan ni entretengan, verá cómo otros acuden a su lado a disfrutar de su paz.

L.A.: ¿Cómo empiezo?
S.S.S.: Dese tiempo para indagar en su interior y empezará a adquirir una saludable distancia de lo que no es usted, sino sólo sus circunstancias, sus ambiciones, sus miedos...

L.A.: Yo pensaba que soy yo precisamente por mis atributos y mis circunstancias.
S.S.S.: Si va penetrando en su interior a través de esas capas –edad, nación, empleo, cargos, propiedades, clase social...–, verá que usted no es la suma de todas ellas, sino al revés: Usted es lo que queda al trascenderlas.

L.A.: ¿Y si no me gusta eso que queda?
S.S.S.: Su ambición y su odio; sus pasiones y mezquindades son como las de todos, pero su esencia es única en el Universo. Al descubrirla podrá sentirse al fin libre sin depender de nadie. ¡Verá qué tranquilidad y qué goce!

L.A.: ¿Cómo encontrarme?
S.S.S.: A encontrarse no se enseña, se aprende. Los primeros pasos son racionales y puedo explicárselos como técnicas de concentración, pero se quedarán sólo en eso si después no logra transformarlos en una experiencia, una vivencia que te colma.

L.A.: Dice usted...
S.S.S.: Lo experimento en mí mismo y he sentido esa alegría en los maestros, los swamis.

L.A.: ¿El bienestar se contagia?
S.S.S.: Igual que el ambicioso o el envidioso contagian su eterna insatisfacción a los demás.

L.A.: No dice nada nuevo: En el templo de Delfos ya se leía «Conócete a ti mismo».
S.S.S.: Y ya hace 2.000 años que Sócrates fue al mercado y se maravilló: «¡Cuántas cosas que no necesito!». La mística universal ha seguido los métodos de autoindagación del Vedanta milenario. Y siguen sirviendo.

L.A.: Algo así también enseña la Iglesia.
S.S.S.: Yo no predico una fe; ni le pido que crea en nada. Pero sé que si persigue el dinero...

L.A.: No me pida un duro, que voy de cráneo.
S.S.S.: ... La admiración de los demás: ¡Que le quieran! Nunca tendrá bastante. Porque esos deseos no son usted.

L.A.: ¿Quién soy yo?
S.S.S.: Sólo usted puede descubrirlo si se da tiempo. Quienes quieren que se lo dedique a ellos le dirán que lo pierde, pero usted se irá dando cuenta de que lo está ganando.

L.A.: ¿No me aburriré?
S.S.S.: Aprenderá a recoger los sentidos y aquietar la mente. No intente concentrarse en cada idea que le asalta, deje que pasen; que lleguen y se vayan, y observe el inmenso silencio que está detrás de todo pensamiento.

L.A.: ¿Sin hacer nada?
S.S.S.: A medida que profundiza en su introspección notará que su respiración se vuelve lenta y profunda y que va entrando en un espacio interior mucho más amplio.

L.A.: ¿Cómo lo aprendió usted?
S.S.S.: Descubrí el yoga en Barcelona en 1975 e. c. y sentí que removía algo en mi interior: Leí el Bhagavad Gita y me transformó y a los 20 años –hace 37– me fui a la India, aprendí sánscrito y empecé a estudiar el Vedanta...

L.A.: Tiene usted buen aspecto: Mi madre diría que de no haber trabajado mucho.
S.S.S.: Vivo.

L.A.: ¿De qué vivía?
S.S.S.: Los hindúes nos alimentaban a los yoguis de la montaña sagrada de Arunachala. La India se te abre si tú te abres a ella (*).

L.A.: Seguro que pasó hambre.
S.S.S.: Alguna austeridad. Pero sólo con la presencia de mi maestro me reconfortaba.

L.A.: ¿No se había fumado ni bebido nada?
S.S.S.: La meditación no altera la conciencia, sino que la potencia y ensancha. Inténtelo.

L.A.: Yo tengo la suerte de trabajar.
S.S.S.: Tome distancia y reflexione: No viva la vida de otros. No persiga lo que los demás decidan que usted quiere: No sufra por triunfar el triunfo que otros deciden. Sea usted.

L.A.: ¿Y si no sirvo para meditador?
S.S.S.: Usted puede ser el más ansioso y alocado de los hombres, pero también en su interior está el más juicioso, calmado y feliz. Dese tiempo y se encontrará.

(*) Del instante estante. En Arunachala los hindúes ofrendaban a Satyananda (que ya no usa su nombre catalán) alimentos que el yogui descubría al interrumpir días de meditación. Aquí, si un tipo raro extranjero y medio desnudo permaneciera absorto durante catorce horas frente a un portal, los vecinos asustados llamarían a la Guardia Urbana, que se lo llevaría a pegarle una ducha y a alimentarlo en el comedor social. Nuestra cultura deplora la contemplación, así que no se impaciente si la tele del vecino le impide concentrarse. Una joyita del swami –la primera en catalán– de filosofía hindú esencial, L’Hinduisme, le ayudará a encontrarse al descubrir el instante estante entre pensamientos.

(8) He ahí si no, al respecto, la obra fundamental del erudito hindú Lokamanya Keshav Bâl Gangâdhar Tilak, cuyo título lo dice todo: The Arctic Home in the Vedas. Being Also a New Key to the Interpretation of Many Vedic Texts and Legends (El hogar –u origen– ártico en los Vedas. Nuevas claves para la interpretación de numerosos textos y leyendas védicos). Tilak Brothers. Gaikwar Wada, Poona (Pune), 1903 e. c. S. e. u o., circa 470 páginas.



sábado, 31 de mayo de 2014

EL “BUDISMO ARISTOCRÁTICO” DE JULIUS EVOLA


El “Budismo aristocrático” de Julius Evola

Era 1943 e. c. cuando Evola publicaba La dottrina del risveglio (La doctrina del despertar), o sea, un momento en que la Historia daba un trágico giro, en particular en Italia, donde el estallido de una de las más crueles guerras civiles se injertaba en un conflicto mundial que parecía haber echado a doblar las campanas pregonando la muerte de la cultura europea. Ciudades enteras, transformadas en piras, habían dejado de existir, y esto no era más que el preludio del inminente Apocalipsis... En esta atmósfera trágica, cuando cabría haber esperado de los intelectuales una actitud combativa, fundada sobre los valores de la acción, del coraje y del heroísmo, Julius Evola daba a leer a su público un libro ¡sobre Budismo! Habida cuenta de la imagen que Occidente se había formado de las tradiciones orientales y más en particular de la enseñanza de Sakiamuni, cabe pensar que entre los numerosos posibles lectores de obra tan inesperada en un período crucial de la Historia de Italia, hubiera quienes vieran en este “ensayo sobre el ascetismo budista” una especie de ¡provocación! Tanto más que los orígenes aristocráticos del autor no parecían predisponerlo, en modo alguno, a interesarse de manera particular por una religión donde los monjes, ajenos al Mundo, desempeñan el papel principal.

Se trataba, en realidad, de un malentendido. Se olvidaba, por ejemplo, que el futuro Buda era también de estirpe noble o, más exactamente, era hijo de rey y príncipe heredero y había sido educado en vistas a que un día heredaría la corona. Se le había enseñado la profesión de las armas y el arte de gobernar y, a la edad justa, se había casado y tenido un hijo. Cosas, todas éstas, que evocarían más la formación física y mental de un futuro samurái que la de un seminarista que se prepara a tomar las órdenes. Un hombre como Julius Evola era el más apropiado para disipar tal error.

Y lo hace en dos frentes: Por un lado, no deja de recordar en su libro cuáles fueron los orígenes de Buda, el príncipe Sidarta, destinado al trono de Kapilavastu; por otro, se empeña en demostrar que el ascetismo budista no es una resignación pusilánime frente a las desgracias de la vida, si no un combate de orden espiritual no menos heroico que el de un caballero en el campo de batalla. Como dice el propio Buda (en Mahavagga, II, 15): «Mejor morir combatiendo que vivir como vencido». Tal resolución coincide con el ideal de Evola de triunfar sobre las resistencias materiales con el fin de alcanzar el Despertar a través de la meditación; no obstante, hay que señalar que el vocabulario guerrero está contenido en los escritos más antiguos del Budismo, o sea, los que mejor reflejan la enseñanza viva del maestro. Evola se entrega incansablemente a borrar esa imagen flaca y desteñida que Occidente se ha creado de una doctrina que en sus orígenes se la quería aristocrática y reservada a “campeones”.

Es sabido que después de Schopenhauer, en la cultura occidental, se difundió la idea de que el Budismo enseñaba una doctrina de renuncia al Mundo, entendida como actitud pasiva: «Dejemos que las cosas sigan su curso; al fin y al cabo, no nos interesan». Dado que en este mundo inferior “todo es malo”, sabio es aquel que, como San Simeón Estilita, se retira, si no a vivir sobre una columna, por lo menos a un lugar aislado para meditar. Y la imagen más corriente que nos hacemos de los budistas es la de monjes con hábitos de color azafrán que van mendigando su alimento y no hacen –según se cree– más que recitar textos aprendidos de carrerilla, puesto que la oración propiamente dicha está prohibida, por lo cual su religión se antoja una forma de ateísmo.

Evola demuestra muy bien que esa noción del Budismo está radicalmente falseada por una serie de prejuicios. ¿Pasividad? ¿Inacción? ¡Todo lo contrario! Buda no cesa de exhortar a sus discípulos a “esforzarse por la victoria” y él mismo, en el ocaso de su vida, podrá decir con ufanía: «Katam karaniyam» (“¡Lo que debía hacer lo he hecho!”). ¿Pesimismo? Es cierto que Buda, tomando una fórmula del Brahmanismo, religión en la que había sido educado antes de partir de Kapilavastu, afirma que sobre la Tierra “todo es sufrimiento”; pero es así, aclara él mismo, porque esperamos que nuestros actos nos reporten de inmediato beneficios concretos. Los guerreros arriesgan su vida por el ansia del saqueo y por el placer de la gloria; pero quedan inevitablemente decepcionados: El botín es magro y pronto malversado y la gloria se marchita con rapidez... Mas si se toma conciencia de este estado de cosas –he aquí un aspecto del Despertar–, el pesimismo se disipa, por cuanto que la realidad es la que es, ni buena ni mala de por sí: Pertenece a un devenir que no puede ser interrumpido. Es preciso vivir y actuar, pues, a sabiendas de que para nosotros ha de contar sólo el instante. Por lo tanto, el deber (el dharma) se afirma como la única referencia válida: “Haz lo que debes”, o sea, “haz, pero de modo que tu actuar sea del todo desinteresado”.

Se adivina cómo Evola no ha tenido que fatigarse mucho para mostrar que este ideal es el de los caballeros andantes de nuestro Medievo, los cuales ponían su espada al servicio de toda causa noble, sin aguardar recompensa alguna. Combatían porque un día fueron preparados para rendir tal servicio y no para enriquecerse despojando a sus adversarios. ¿Eran pesimistas? Desde luego que no, si al concluir su vida podían decir, como Buda: “¡Lo que debía hacer lo he hecho!”. Tampoco eran optimistas, puesto que el principio “todo marcha bien en el mejor de los mundos posibles” no es menos ilusorio que su contrario.

Por fin, el término de “ascetismo” es susceptible de generar errores en quien observe el Budismo desde el exterior. Evola recuerda, a tal propósito, que el sentido original de esta palabra es “ejercicio práctico”, “disciplina” y, se podría decir también, “aprendizaje”. Mas no, como estamos inclinados a creer, una voluntad de mortificación ligada a la idea de penitencia que llega, por ejemplo, a la autoflagelación, pues “es preciso sufrir para expiar los propios pecados”, si no una escuela de voluntad, un heroísmo puro –o sea, desinteresado–, que Evola, conocedor de la materia, parangona con el esfuerzo del alpinista. Para el profano, la escalada es un esfuerzo inútil; para el alpinista, es un desafío que se lanza a sí mismo con el solo propósito de poner a prueba su valentía, su perseverancia y, eventualmente, su heroísmo. Hay aquí una actitud que el Brahmanismo conocía ya bajo ciertas formas del yoga, en especial las tántricas. A esto, Evola, unos años antes –concretamente, en 1926 e. c.–, había dedicado el libro L’uomo come potenza (El hombre como potencia).

En el ámbito espiritual el modo de proceder es el mismo. Buda en determinado momento, según se sabe, estuvo tentado de una forma de ascetismo semejante a la del ermitaño del desierto; ayunos prolongados, prácticas tendientes a “quebrantar la resistencia del cuerpo”, etc. Pero llegó a ser verdaderamente él mismo, accedió al Despertar, sólo cuando comprendió que este camino no llevaba a ninguna parte. Con gran escándalo de sus primeros discípulos dejó de mortificarse, comió hasta satisfacer el hambre y volvió a mezclarse con el mundo de los hombres. Pero a partir de entonces comenzó a actuar con desprendimiento: El Mundo ya no podía hacer presa de él, que se había convertido en un “héroe”, como habrían dicho los griegos antiguos, o casi un Dios.

Tal es el significado profundo de la enseñanza del príncipe Sidarta, transformado en “el Despertado”, el Buda, o “el asceta salido de la dinastía real Sakia (Sakiamuni)”. Y todo el valor del libro de Evola está en poner de manifiesto este Budismo auténtico. Para ello recurre masivamente a las fuentes originales, las recogidas en el canon en lengua pali, la lengua utilizada por Buda en su predicación. Aunque se trata siempre de una erudición mantenida bajo control, que no se tiene ella misma como fin, cual a menudo ocurre con los especialistas, si no que cumple su papel, esencial pero subalterno, de medio de demostración. La obra de Evola, como él mismo recalca en el título, es un “ensayo”, un compendio, no una summa. No es una historia del Budismo primitivo, antes bien una reflexión sobre la verdadera naturaleza del ascetismo budista y sobre su posible integración en el mundo moderno.

¿Quién puede saber lo que Evola pensaba mientras escribía este libro? Por mi parte, me inclino a creer que, presintiendo la tragedia inminente, quiso ilustrar la virtud de la perseverancia y de la fidelidad, aunque el combate no tuviera camino de salida. Y cuando, en 1945 e. c., recibió en Viena la terrible herida que lo dejó inmovilizado los treinta años que aún le quedaban por vivir, se puede creer que, sobreponiéndose a sus sufrimientos y a su desazón por no poder ya escalar las cimas que siempre le habían atraído, se dijo que, como fuera, había hecho lo que debía hacer, habiendo nacido tal día y en tal lugar: Testimoniar la verdad. Y si, por desgracia, en esta edad oscura en la que el Universo se precipita hacia su fin (necesario para que aparezca un Mundo nuevo, según la doctrina cíclica del tiempo), la gente no es capaz de recibir tal testimonio, ¿qué más da? Como dijo el propio Buda: «Quien ha despertado es semejante a un león que ruge hacia las cuatro direcciones del espacio». ¿Quién puede saber cómo resonará el eco de este rugido? Como quiera, es el rugido de un vencedor y esto es sólo lo que cuenta.

Jean Varenne,
Doctor en Letras, indólogo, cofundador y Presidente del G.R.E.C.E.