A lo largo de los tiempos hemos visto que a causa de cambios climáticos, guerras, hambrunas, catástrofes naturales, etc. Grupos humanos han sido impelidos a trasladarse en busca de horizontes que asegurasen su subsistencia, todos ellos lo hacían pues de una manera forzosa.
Estos apuntes van dirigidos a realizar un breve análisis de la forma actual de entender el viaje y como, modestamente, entendemos podríamos darle una perspectiva diferente.
Desde el principio de nuestra creación estamos moviéndonos continuamente, viajando, el viaje de la concepción, el viaje del nacimiento, a través de la vida, más allá de la muerte. El movimiento es una fuerza natural de la vida, un instinto básico, necesitamos movernos, explorar, satisfacer nuestra curiosidad, requerimos el estímulo y la inspiración que proporciona el viaje.
Ya de niños alimentamos nuestras aspiraciones de viajar, a través de la literatura o del cine, lugares misteriosos y lejanos cautivan nuestra mente, viajamos con nuestra cabeza y nuestro corazón antes de conocer el lugar soñado físicamente y así poder vivir lo imaginado.
Viajamos por muchos motivos, para escapar del tedio cotidiano, para descansar, por prestigio social, para hacer negocios, para conocer gente, para aprender un idioma, porque lo hacen todos.... pero también lo hacemos para buscar el verdadero sentido de la aventura, para reflexionar, para cumplir con un peregrinaje religioso o espiritual, para descubrir nuestras raíces, para escalar una montaña, para tener la sensación de dirección, para probarnos....
Entonces nos libramos de todas las razones para no ir. Dinero. Familia. Trabajo. Carrera. Obligaciones y responsabilidades, ya no vale poner excusas, el impulso de nuestra inminente partida se intensifica y nos rendimos ante la frontera buscada, viajamos hacía nuestras posibilidades, hacía nuestras potencialidades, abandonamos lo cotidiano, vamos allí donde nos conmovemos más profundamente; el océano, el desierto, las montañas, el camino.
Es entonces cuando nos inspeccionamos, nos cuestionamos, miramos nuestro interior después de mirar hacía el exterior y así descubrimos la fortaleza, la belleza, la alegría, la perspectiva, porque hemos cambiado sin saberlo nuestra forma de pensar, hemos confrontado nuestros valores y creencias y reconsideramos ciertas opiniones antes inamovibles.
Solos o con amigos, llamémonos como nos llamemos, somos viajeros, aventureros, turistas, veraneantes, mochileros, vagamundos, peregrinos...
Así pues, consideramos en principio todo viaje de un modo positivo, pero pensamos que se puede cambiar el horizonte del mismo más allá del modo imperante, en su mayoría, de casi todas las formas masivas de viaje dirigidas por un sistema al que lo único que le interesa es el beneficio económico y la alienación del individuo. Por tanto frente al viaje de corte consumista y ocioso se debería buscar aquel que aporte beneficios tangibles al viajero ya sean espirituales o formativos.
Frente a los paquetes turísticos de los hoy en día eufemísticamente llamados Parques Temáticos (ayer meramente parques de atracciones) donde nuestros hijos se van a ver inmersos en un mundo irreal y de pastel, debemos reivindicar para ellos la pertenencia a los todavía existentes grupos escultistas o meramente excursionistas donde van a conocer la integración en el grupo y la naturaleza de una manera real y directa.
Frente a los paquetes multiaventuras y de deportes de riesgo que nos conducen a un frenesí, a veces peligroso y de excitación que conlleva una actuación en lo espiritual de carácter descendente reivindicar la conquista de la montaña o la mera contemplación de la naturaleza que nos abre un camino de sacrificio y verticalidad espiritual.
Frente al abúlico sistema de sol y playa que nos abandona a un estado perezoso de merendero, tumbona y siesta reivindicamos el interés activo en la zona visitada, llegando a conocer a sus habitantes, paisaje, cultura e historia.
Frente a viajes maratonianos a puntos exóticos del planeta donde eres estabulado en un paraíso perdido y siempre controlado para que el entorno no té “choque” demasiado reivindicamos el viaje por nuestra patria, Europa, y no solo a sus capitales turísticas sino a sus pueblos, regiones, gentes que nos lleven a conocer nuestras raíces y nuestro destino común.
Y así podríamos seguir con otros diversos sistemas de viaje con los que en la actualidad el sistema controla nuestro ocio para dejarnos al finalizar el viaje espiritualmente estériles y el bolsillo vacío.
Busquemos pues otro tipo de viaje, aquel que revele aspectos desconocidos de nuestro carácter, nuestro coraje, nuestra perseverancia y así ver como nos transformamos, nos fuimos con curiosidad, dudas y temor y volvemos con audacia, valentía y sabiduría.
Quitémonos los residuos de pereza mental que nos ahogan, esforcémonos en enseñarnos a ver y no nos conformemos con solo mirar y así podremos decir que hemos visto más de lo que recordamos y recordamos más de lo que hemos visto.
La vida que no se examina, no vale la pena ser vivida
Platón