El debate sobre el llamado “caso Heidegger”,
que recientemente ha vuelto a estallar en Francia y más allá un poco por todas
partes en Europa, ha demostrado, sobre todo, que la confrontación con el
pensamiento de Heidegger constituye una imperiosa necesidad para cualquiera
que, desprovisto de ilusiones, se pregunte por los problemas fundamentales de
nuestro tiempo y sobre el destino de las gentes de Europa. Pero también queda
demostrado que del pensamiento de Heidegger circulan, dominando impertérritas,
interpretaciones -siempre fundadas en un aspecto particular, aislado del
contexto general- que el propio Heidegger varias veces confutó y rechazó
desdeñosamente: existencialismo, nihilismo, misticismo, pseudo-teología,
“rechazo de la Técnica” y así sucesivamente. Preguntarse -cito el título de un
debate televisivo francés- si “existe un vínculo entre el pensamiento de Ser y
Tiempo (1927) y la adhesión de Heidegger al Partido Nacionalsocialista en 1933”, es decir, preguntarse si existe un
vínculo entre la analítica heideggeriana de la existencia histórica del hombre
y la visión del mundo nacionalsocialista, es una interrogación que presupone un
conocimiento genuino y no ya una interpretación abusiva y basada en pretextos
del pensamiento de Heidegger, así como, por otro lado, exige una visión no
reduccionista del nacionalsocialismo y de su Weltanschauung.
Lo que no deja de sorprender en todos los
estudios dedicados al pensamiento de Heidegger es el hecho de que, siempre, la
segunda sección conclusiva de Ser y Tiempo, texto fundamental, es totalmente
ignorada, como “no leída”. La atención de los estudiosos y de los intérpretes se fija en la crítica
heideggeriana de la concepción “metafísica” del ser como presencia (Anwesenheit)
y sobre el primer enfoque todavía puramente descriptivo de la fenomenalidad del
Dasein, cuando -aunque sólo fuese para comprender verdaderamente esa crítica y
comprender esa fenomenalidad- debería sobre todo, detenerse en la concepción
que Heidegger expone de la temporalidad del Dasein, de la existencia historial
del hombre.
La tan discutida y, por la mayoría, tan
exaltada como mal comprendida “ruptura” con la “Metafísica” occidental brota,
en efecto, precisamente de esta nueva concepción de la temporalidad. Esa
concepción de la temporalidad es la que funda la visión heideggeriana de la
historia y, por tanto, en ella y a
partir de ella hay que buscar eventualmente la naturaleza de la relación
existente entre el pensamiento de Heidegger y la “visión del mundo”
nacionalsocialista. Para evitar cualquier tipo de cómoda ambigüedad expresaré
inmediatamente mi convicción: este parentesco existe, es muy íntimo y, en su
articulación, explica la adhesión activa del autor de Ser y Tiempo al NSDAP y
su fervorosa participación en las actividades del régimen en un plano no sólo
universitario (1933-34). El abandono del rectorado y de toda actividad política
a partir de la segunda mitad de 1934 coinciden con una evolución del
pensamiento que progresivamente conduce a Heidegger, siempre formalmente
miembro del NSDAP, a posiciones críticas con respecto al régimen: pero su
crítica sigue siendo interna y no supone nunca, ni siquiera en la posguerra, la
más mínima concesión a las ideologías democráticas ni la más mínima simpatía
por los adversarios del Tercer Reich.
Ruptura con el espíritu de occidente
La “ruptura” de Heidegger con el
pensamiento filosófico tradicional de Occidente, es decir -como él afirmaba- con
la “Metafísica” occidental, ha sido recibida por la filosofía catedrática como
un novum clamoroso, como un punto de inflexión histórico del pensamiento
europeo. El propio Heidegger lo creyó y, se puede decir, lo proclamó
orgullosamente. Pero, de hecho, su “ruptura” con la Metafísica, cuando es
proclamada, no es más que el aspecto “moderno” de una ruptura con el “espíritu
de Occidente” propia de toda una corriente de pensamiento surgida en la segunda
mitad del siglo XIX, corriente que, con referencia a Nietzsche, podemos llamar
“tendencia sobrehumanista”, en oposición a la bimilenaria tendencia
igualitarista que, con su inherente nihilismo inconsciente, ha conformado y
conforma el destino de Occidente. Preanunciada en una idea de las “dos almas”
vivientes en el pecho de los Románticos, esta tendencia sobrehumanista, de
hecho, encuentra en ruptura con el espíritu occidental, su primera
manifestación histórica en la obra artística y en los escritos “metapolíticos”
de Richard Wagner. Después de Wagner y, con algunos pretextos, contra Wagner,
Nietzsche reivindica para sí el mérito de la “ruptura”, proclamándose “dinamita
de la historia”, fundador del movimiento que tendrá que oponerse al bimilenario
nihilismo del Occidente judeocristiano. Heredada ora de Wagner ora de
Nietzsche, la ruptura afecta ya, a principios del siglo XX, a una parte
amplísima de la cultura alemana, que Ernst Troeltsch pudo así oponer al
“espíritu occidental”, y desemboca más tarde, después de la Primera Guerra
Mundial, no sólo en Alemania sino en casi todas partes en Europa, en las varias
corrientes literarias, artísticas, ideológicas y, finalmente, políticas de una
“Revolución Conservadora” de la que -a pesar de todo lo que se quiera hacer
creer- son parte integrante los varios movimientos fascistas.
Evidentemente lo que permite poner
en común a Wagner, Nietzsche, Heidegger y los muchos autores y movimientos de
la “Revolución Conservadora” (justificando el uso de este término genérico) no
es ciertamente una filosofía, no es una ideología en sentido estricto, sino
-por así decirlo, más allá de las “ideologías” o de las filosofías a veces tan
diversas e incluso divergentes- un común sentimiento, una común intuición del
hombre, de la historia y del mundo, que drásticamente se opone a la concepción
que tradicionalmente funda y subyace a las filosofías, ideologías y estructuras
políticas del llamado “Occidente”. La tendencia sobrehumanista, es decir, la
ruptura con la dominante tradición occidental, se manifiesta siempre como una
“revuelta contra el mundo moderno”, como condena de nuestro presente epocal y voluntad
de oponerse a una situación objetiva interpretada como triunfo del “nihilismo”
y ruinoso declive de Europa. De ahí la exigencia de una revolución radical,
que, por otra parte, también es concebida como una renovación de los orígenes:
rasgo políticamente esencial que permite distinguir del modo más neto lo que es
Revolución Conservadora y Fascismo de lo que es sólo “reacción” o
“conservadurismo” o “progresismo”.
Una renovación de los orígenes
La visión de la historia que
desde Wagner y Nietzsche hasta la Revolución Conservadora determina la “revuelta contra el mundo moderno” -tal y
como ya he indicado- encuentra su fundamento en una nueva intuición del hombre,
de la historia y del mundo. Esta intuición nueva es, en su raíz, intuición de
la tridimensionalidad de la temporalidad del Dasein, de la “historicidad”
humana. Armin Mohler en su fundamental estudio sobre la Revolución Conservadora
en Alemania, ha demostrado exhaustivamente que, frente a la concepción
unidimensional y “lineal” del tiempo, Nietzsche y los autores
conservadores-revolucionarios oponen una concepción tridimensional del
tiempo-de-la-historia. A decir verdad, hablar con respecto a Nietzsche y estos
autores de una “concepción” de la tridimensionalidad del tiempo, es impropio:
intuida, la tridimensionalidad del tiempo, al igual que todas las “ideas” que
de ella derivan, es afirmada no ya conceptualmente sino recurriendo a un
Letibild sugestivo y evocador, a una “imagen conductora”: la de la “esfera”
temporal (que no ha de ser confundida, como casi siempre sucede, con el
“círculo” o “anillo”, proyección de la esfera en el tiempo unidimensional de la
“sensorialidad”). Este recurso a “imágenes” se imponía -como bien ha visto
Mohler- porque el lenguaje recibido está, en su “racionalidad”, totalmente
impregnado de la concepción unidimensional del tiempo y, por tanto, obedece a
esta. Un aspecto peculiar de la grandeza de Heidegger está precisamente en su
tentativa, emprendida con Ser y Tiempo, de desestructurar el lenguaje recibido
y recrear un lenguaje nuevo con el fin, justamente, de conceptualizar la
tridimensionalidad de la temporalidad histórico-existencial, así como las
“ideas” que esta inmediatamente genera.
En la medida en que constató
incomprendido, Heidegger acabó por juzgar como fallida su tentativa de Ser y
Tiempo y se replegó más tarde en una Sage, en un “decir mito-poético” que, a mi
juicio, ha sido todavía peor comprendido, provocando no pocos equívocos y
errores. La novedad revolucionaria del lenguaje filosófico de Heidegger explica
verdaderamente la incomprensión que todavía hoy rodea la argumentación
conclusiva de Ser y Tiempo, en particular -aquí podríamos irónicamente anotar:
como es lógico- el cuarto y quinto capítulo de la segunda sección,
respectivamente dedicados a “Temporalidad y Cotidianidad” y a “Temporalidad e
Historicidad”. Por otra parte, quien logre penetrar en el lenguaje de Ser y
Tiempo y sepa hacer suya -desarrollándola eventualmente- la conceptualización
de la temporalidad tridimensional, habrá encontrado también la clave que, mejor
que ninguna otra, permite comprender los “discursos” de la Revolución
Conservadora y los fenómenos políticos generados por esta, es decir,
comprenderá su “racionalidad”, fundamentalmente distinta de la presentada por
la “Metafísica”.
La temporalidad como “esfera”
Germánico Gallerani (en el
último número de “La Contea”) ha creído poder contraponer Heidegger, “hombre
que se dirige al pasado”, a una Konservative Revolution, “que se dirige al
futuro”. Es cierto exactamente lo contrario: precisamente la actitud idéntica
con respecto al pasado, el presente y el porvenir es el “síntoma” más llamativo
de su parentesco espiritual. La Revolución Conservadora es revolución porque se
“dirige al futuro” y, sin embargo, es “conservadora” porque se reconoce siempre
en un lejano “pasado”. En cuanto a Heidegger, baste con recordar una definición
suya del Dasein, del hombre como existente historial: “un ente, que en su ser
es esencialmente zukünftig”, es decir, esencialmente existente en la dimensión temporal
del porvenir. Y precisamente porque es zuküngtig -explica Heidegger- el Dasein
“es co-originariamente gewesend”, existente en la dimensión de “lo devenido”, y
“puede, por tanto, transmitirse a sí mismo una posibilidad heredada y
entregarse a esta”. En el marco de la temporalidad tridimensional, de la
“historicidad”, la reivindicación de un pasado y la de un proyecto de porvenir
coinciden del modo más íntimo.
El proyecto de porvenir que el
Dasein elige en el “pasado”, frente a otros, es una posibilidad de existencia
historial: “el Dasein -añade explicativamente Heidegger- elige a sus héroes”,
es decir, elige entre las posibilidades que le ofrece el “pasado”
(Vergangenheit) lo que es “lo devenido” (Gewesenheit) para él. Los
conservadores-revolucionarios y los fascismos pueden así proyectar todos ellos,
revolucionariamente, un “hombre nuevo” y, sin embargo, reconocerse en una
posibilidad pasada de existencia: en la más lejana “germanidad”, en la
“romanidad” republicana o imperial, en una “catolicidad” confundida con el
origen de la nación y de las antiguas instituciones imperiales y monárquicas.
Del mismo modo, sobre el terreno
puramente filosófico, Wagner se reconoce en la ancestral “religión” indoeuropea
(de la cual es “cristianismo originario”, “no judaizado”, sería, según él, una
simple evolución), Nietzsche y Heidegger en el pensamiento pre-socrático y
Evola, drásticamente, en una originaria “Tradición” postulada en una nebulosa
pre-historia. La “revuelta contra el mundo moderno” y el cometido revolucionario
están determinadas por la naturaleza misma del “retorno a una pasada
posibilidad de existencia historial”, es decir, por la naturaleza de la
“repetición (Wiederholung): porque -nos dice Heidegger- “la repetición no
pretende hacer regresar lo que una vez ha sido, sino, más bien, ofrece una
réplica contradictoria (erwidert) a su pasada posibilidad de existencia” y es
así “simultáneamente, en cuanto actualidad, la revocación de todo lo que en
cuanto pasado determina el Hoy”. “La repetición no se entrega al pasado ni
apunta a un progreso, siendo el uno y el otro en la actualidad indiferentes a
la existencia historial”.
Traduciendo estas concepciones
sobre el terreno de la gran política, Martin Heidegger afirma en su
Introducción a la Metafísica que el pueblo alemán, “pueblo del centro, atrapado
en la más dura tenaza (entre América y Rusia) y pueblo, más que ningún otro,
amenazado”, puede realizar su destino historial “solo allí donde sepa crear en
sí mismo una resonancia, una posibilidad de resonancia para la misión que le ha
sido asignada y comprenda creativamente su tradición”, es decir, “en cuanto
historial, se sitúe a sí mismo, y con ello la historia de Occidente, a partir
del centro de su devenir histórico, en el originario ámbito de los poderes del
Ser”.
Una “comunidad de destino”
La actitud de Heidegger respecto
al “pasado”, la “actualidad” y el “porvenir” no sólo es esencialmente idéntica
-conforme- a la de la Revolución Conservadora y a la de los movimientos
fascistas, sino que también confiere a la común visión-de-la historia un sólido
fundamento conceptual. Lo que en el discurso conservador-revolucionario y
fascista es todavía sólo Leitbild, “imagen conductora”, con Heidegger, llega a
ser concepto. Si en este contexto es evidentemente imposible mostrar cómo,
precisamente, la analítica heideggeriana de la existencia historial
conceptualiza, fundándose en el principio de la temporalidad tridimensional del
Dasein, todos los Leitbilder, todas la “imágenes conductoras” de la
visión-del-mundo de la Revolución Conservadora y de los movimientos fascistas,
sin embargo, me parece oportuno arrojar aquí luz sobre la traducción conceptual
que Heidegger ofrece de una “imagen conductora” sumamente relevante: la de la
“comunidad de destino”, reencontrada según las corrientes en el “pueblo”, o en
la “nación” o en la “raza” (siendo esta, a su vez, entendida de forma bastante
diversa).
Es la temporalidad
tridimensional de la existencia -afirma Heidegger- la que “hace posible la
historicidad auténtica, es decir, lo que llamamos destino historial”. Puesto
que el Dasein, en cuanto ser-en-el-mundo, es también co-ser, ser-con-los-otros,
el destino (Schicksal) de una Dasein es también Geschick, comprometido destino
común, “cuya fuerza se libera gracias a la comunicación y a la lucha “. Sin
embargo, el “destino” brota de una elección historial pro-cedente de la
dimensión porvenir del Dasein: y en la comunicación y en la lucha reconocen un
común destino aquellos que han tomado
una idéntica elección historial y permanecen resueltamente fieles a ella. Toda
elección historial, sin embargo, implica siempre la “re-petición”, la “réplica
a una pasada posibilidad de la existencia historial” y, conjuntamente, un
“proyecto de porvenir”. La “comunidad de destino” se revela, por tanto, ella
misma constituida por una elección historial (que es selectiva y que, por
tanto, puede ser juzgada no-humanista desde un punto de vista igualitarista).
Esto significa que nación, pueblo, raza en cuanto comunidades reconocidas de
destino, siempre constituyen una réplica contradictoria (Erwiderung) de la
pasada posibilidad de existencia sobre la que se sustenta la elección
historial. Por otro lado, siempre tienen naturaleza “proyectual” y, en el
presente objetivo, siguen siendo un “por hacer”, una “misión”.
La praxis política de los
regímenes fascistas implica así una “disciplina selectiva” (Zucht, en alemán)
precisamente destinada a conformar el “material humano” de la actualidad a la
idea de nación, pueblo o raza que brota de la elección historial tomada. En
este sentido los fascismos son “acción a la que es inmanente un pensamiento”
siempre que por pensamiento se entiendan conjuntamente “re-petición” (en el
sentido que Heidegger da a este término) y “proyecto”. En este contexto, es
sumamente significativa y profunda la distinción que Heidegger introduce en Ser
y Tiempo entre “Tradition” y “Ueberlieferung”, es decir -podríamos traducir-
entre “tradición padecida” y “tradición elegida”. “La tradición -afirma
Heidegger en Ser y Tiempo- priva de raíces la historicidad del Dasein”, esta
“oculta e incluso hace olvidar su propio origen”. La “Ueberlieferung”, por el
contrario, se funda “expresamente en el conocimiento del origen de la
posibilidad de existencia historial” y consiste en la “elección” de una de
estas posibilidades, elección que siempre proviene de la dimensión porvenir de
nuestro Dasein. Sólo una concepción semejante logra conciliar la fidelidad a la
tradición y el cometido revolucionario tendente a la creación del “hombre
nuevo”.
El “rector de los rectores”
Mohler, en el ya citado ensayo
sobre la Revolución Conservadora en Alemania, pone expresamente entre
paréntesis el nacionalsocialismo. Sin embargo, indica que las corrientes de la
Revolución Conservadora objeto de su estudio han de ser consideradas como “los
trotskistas del nacionalsocialismo”. Implícitamente, sitúa así al
nacionalsocialismo en el centro mismo de la Revolución Conservadora, así como,
después de él, lo hecho Jean-Pierre Faye (que no hay que confundir con el
neo-derechista Guillaume Faye), que ve en Hitler “el anfitrión mudo” que acoge
en sí los discursos que le llegan de la derecha y de la izquierda de la
Revolución Conservadora, tácitamente los sintetiza e, inmediatamente, los
transforma en acción. Teniendo en cuenta eso y todo lo que ha sido expuesto
anteriormente, me parece obvio afirmar -abordando así el aspecto más concreto
del debate suscitado por el libro de Farías- que el Heidegger de Ser y Tiempo
ha de ser situado en el centro del vasto campo de la Revolución Conservadora y,
por tanto, en una posición bastante próxima a la del movimiento
nacionalsocialista, aunque -huelga decirlo- la suya sea una posición
filosóficamente más “alta”. Por tanto, el hecho de que, al contrario de muchos
exponentes de la derecha y de la izquierda de la Revolución Conservadora,
Heidegger no haya optado por un distanciamiento sectario y, al contrario, se
haya adherido rápidamente al NSDAP y haya participado activamente luego durante
casi dos años en las actividades no sólo políticas del régimen, todo esto no es
ya fruto de un “error”, de una esperanza mal depositada, del “atractivo”
padecido en el contexto de un conturbador momento histórico sino que es fruto
de una coherencia con el propio pensamiento y con las ideas políticas
inherentes a este pensamiento. Esto no significa que en 1933 todas las ideas
políticas de Heidegger coincidan exactamente con las manifestadas por el
discurso del nacionalsocialismo. No obstante, es evidente que, a ojos de
Heidegger, las diferencias no afectan a lo esencial: y -vale la pena
observarlo- tampoco el antisemitismo desde siempre inscrito en el programa del
partido sirve de obstáculo para la adhesión.
La evolución sucesiva (a partir
de la segunda mitad de 1934) de la actitud de Heidegger con respecto al régimen
ciertamente se pone en marcha por contingencias humanas, pero encuentra su
causa profunda en una evolución de pensamiento: la misma que indujo a Heidegger
a abandonar el “camino” de Ser y Tiempo, cuya anunciada segunda parte,
consecuentemente, no fue nunca escrita. El Heidegger de Ser y Tiempo había
visto en el movimiento nacionalsocialista la traducción política del deseado
fin de la Metafísica, es decir, una subversión de la tradición occidental y una
superación del nihilismo.
Probablemente, él esperaba entonces
que su pensamiento fuese reconocido por el régimen como “filosofía del
movimiento”. Rechazado por otros universitarios nazis como Krieck, protegidos
por Rosemberg, Heidegger tuvo que abandonar toda esperanza de imponer sus ideas
en el campo educativo y de llegar a ser, como en cierto momento le había
parecido posible, el “rector de los rectores” de las Universidades alemanas. En
1935, un año después de la dimisión del rectorado, en su curso de Introducción
a la Metafísica, todavía reivindicaba para su propio pensamiento, contra las
diversas “filosofías de los valores” como la de Krieck, la auténtica
comprensión de la “íntima verdad y grandeza del movimiento” nacionalsocialista,
hallada “en el encuentro entre la Técnica marcada por un destino planetario y
el hombre de los tiempos nuevos”. En este mismo curso también se anunciaba, sin
embargo, una crítica al régimen, que encontrará después su más completa, aunque
“cifrada”, formulación en la carta Zur Seinsfrage (Sobre la cuestión del Ser)
dirigida a Ernst Jünger en 1953. Es una crítica -dicho sea inmediatamente- que,
a mi juicio, no sitúa a Heidegger fuera del vasto espacio de la Revolución
Conservadora, sino -por lo menos en transparente intención del propio
Heidegger- más allá de la actualidad en un “porvenir” que aparecerá finalmente
cerrado a la voluntad humana y podrá, si acaso, sólo ser concedido por “un
dios”.
Sólo un “dios” podrá salvarnos
La “posición” política asumida
por el último Heidegger debe ser puesta en relación con su interpretación del
pensamiento de Nietzsche, la cual implica también a la Revolución Conservadora
(Jünger) y al movimiento nacionalsocialista. Del mismo modo en que el último
Nietzsche, después de haber exaltado la obra de Wagner, había querido ver en
esta no ya la promesa de una “regeneración” del mundo y de la historia, sin el
“colmo de la decadencia” y un “fin”, Heidegger considera fracasada la tentativa
nietzscheana de “dinamitar la historia” y “superar el nihilismo” occidental.
Según Heidegger, Nietzsche tendría el mérito incontestable de haber sido el primero en “descubrir” y
denunciar el “nihilismo” de la cultura occidental pero no habría sabido
identificar la causa de ese mismo nihilismo, situada erróneamente en la
subversión platónico-cristiana de los “valores”, y no en el olvido del Ser. El
pensamiento de Nietzsche no constituiría, por tanto, una superación
(Verwindung) de la Metafísica, sino que invertiría la propia Metafísica,
llevándola a su cumplimiento. Esta crítica -no hay que olvidarlo- tiene un
revés apologético: en cuanto última, más completa forma del metafísico olvido
del Ser, el pensamiento de Nietzsche constituye, a juicio de Heidegger, un
“pasaje obligado”, una ineludible “necesidad” en el camino que podría conducir
a la superación de la Metafísica y del nihilismo.
En la citada carta Zur
Seinsfrage, Heidegger proyecta esta crítica de Nietzsche sobre el “Trabajador”
jüngeriano, interpretado como la moderna configuración de la Voluntad-de-Poder
inherente al proyecto de Nietzsche, y -no sin una secreta ironía respecto a
Ernst Jünger- sobre el régimen nacionalsocialista en cuanto realización del
proyecto inherente al “Trabajador” jüngeriano: pero esto significa también que,
a ojos de Heidegger, la forma política nacionalsocialista, en cuanto traducción
de la inversión nietzscheana de la Metafísica, supera históricamente la forma
de las democracias liberales o socio-comunistas (en otros términos, para
decirlo en el idioma izquierdista de un Lacoue-Labarthe (cfr. La Fiction du
Politique: “el nazismo es para Heidegger un humanismo que reposa sobre una
determinación de la humanitas más poderosa que aquella sobre la que reposa la
democracia, pensamiento oficial del capitalismo, es decir, del nihilismo según
el cual todo vale”).
Para los fines del debate
abierto por el libro de Farías, poco importa aquí la convicción de unos u otros
de que la interpretación de Heidegger constituya o no una falsificación del
pensamiento y de la “posición” de Nietzsche. Para tales fines, es importante la
explicación que esta ofrece de la actitud asumida por Heidegger en la posguerra
y de su “silencio”, que tanto exaspera al pretendido “humanismo” imperante,
precisamente porque sustancia un rechazo a condenar a quien, comparado con sus
adversarios, parece incondenable.
DEFINICIONES. GIORGIO LOCCHI.
EDICIONES NUEVA
REPÚBLICA