“El rasgo característico, absolutamente característico del hombre mediocre, es su deferencia por la opinión pública. No habla jamás, siempre repite”.
Es incapaz de pensar por sí mismo en asuntos religiosos, filosóficos, políticos o de alguna elevación. En todos esos temas sigue a sus “referentes” con una fidelidad perruna.
No está mal tener maestros y haría bien quien sin abdicar de su inteligencia, siguiera a quienes saben más que él, sin perder nunca su propio criterio. La coincidencia con una verdad reconocida como tal que diga otro, no es mediocridad sino humildad intelectual sin la cual no hay aprendizaje ni posibilidad de pensar.
Cuando el mediocre admite una idea aborrece sacar conclusiones, sobre todo si estas pueden llevarlo a tomar decisiones que lo comprometan. Prefiere usar esas ideas como un sombrero que se pone y quita y se cambia según la situación.
Ser coherente le parece una exageración. Por ejemplo, reconoce que los políticos en el poder son descaradamente deshonestos, que se han enriquecido enormemente, que favorecen a sus cómplices y son injustos con todos los demás.
La conclusión lógica es que esa “dirigencia” corresponde a la definición de “tiranía” y que, por lo tanto, es imposible que el país prospere bajo un poder dedicado a servirse a sí mismo y no al bien común. De esa primera conclusión se siguen otras con igual rigor lógico entre las cuales está la evidente necesidad de acabar con tal poder aunque eso implique riesgos y sacrificios.
El mediocre no sacará jamás esa conclusión. A lo sumo apoyará a alguno de los integrantes de la misma “dirigencia”, tan deshonesto como los que hoy mandan, con la excusa de que es “el mal menor”.
El mediocre lee poco pero si lee, sólo lee “best sellers”, o sea, aquellos libros que los mercaderes editoriales, asociados con la prensa, han resuelto que son los que “hay que leer”. Esos libros son una “cocktail” de inmoralidad, estupidez y malas ideas.
Muchos van a misa. En ese caso, piensan como el sacerdote de su devoción les dice que piensen, sin importarles si eso es conforme con la doctrina católica y menos aún si eso es toda la doctrina católica que debería recordarse en ese momento. Si hubieran nacido en tiempos de Lutero, como éste era un monje agustino que hablaba muy bien, se hubieran hecho protestantes.
El mediocre odia el entusiasmo. El entusiasta le parece un exaltado y le hace el vacío para que el fuego de esa alma se apague. Prefiere el que dice algo y también lo contrario sin importarle la contradicción, y se solaza con los tonos moderados y los matices descoloridos. A eso le llama serenidad, calma, afabilidad.
Si debe elegir a alguien para algún trabajo lo primero que observará es si el candidato es “conflictivo”, condición execranda para el mediocre que odia los conflictos, aunque sean inevitables reacciones frente a la injusticia.
No hay que confundir jamás “mediocridad” con “humildad”. La humildad es la verdad, es la firme conciencia del propio ser sin creerse ni más ni menos de lo que es. La mediocridad es la costumbre arraigada de volar siempre bajo, como las gallinas, aunque eso implique aplastar dentro de sí mismo cualquier verdad que por acaso no hubiera tenido más remedio que reconocer y cualquier conato de grandeza que hubiera sentido por algún ímpetu heredado de una buena estirpe.
“El hombre humilde desprecia todas las mentiras, aunque las glorificase el mundo entero y se pone de rodillas ante la verdad”, aún a riesgo de que lo descalifiquen acusándolo de creerse “dueño de la vedad”.
“El hombre mediocre parece habitualmente modesto pero no puede ser humilde porque dejaría de ser mediocre” y eso para él sería un crimen de lesa comodidad.
“El hombre mediocre es el enemigo más frío y más feroz del hombre de genio”, aunque sea un genio modesto. Y como los mediocres son mayoría (son una inmensa mayoría), el pobre desgraciado que no lo es porque atesora su grande o pequeña chispa de genio como una estrella irrenunciable, perece bajo la masa de los mediocres. Difícilmente encontrará trabajo porque temerán que tenga éxito, y más difícil aún será para él aspirar a tener alguna autoridad política porque los mediocres temerán horriblemente que gobierne bien y haga Justicia. Prefieren segur bajo la pata de los tiranos antes que confiar el poder a un humilde hombre de bien que ama la Verdad.
La enemistad del mediocre es incansable y pertinaz. No para hasta la destrucción del otro. Es fría, porque no se basa en rencores apasionados. Es un odio calculado dispuesto a todas las calumnias y a todas las zancadillas.
“El hombre mediocre es mucho peor de lo que él cree y de lo que los demás creen, porque su frialdad encubre su malignidad. Nunca se enfurece. En el fondo quisiera anonadar a los hombres superiores; no siéndole esto posible, se venga de ellos mortificándolos. Comete infamias pequeñas, que de puro pequeñas parecen no ser infamias. Pica con alfileres y se regocija cuando ve manar sangre… ”
La fama es para los mediocres, porque la otorgan la masa de ellos mismos. “El procedimiento del éxito es irse con los demás; el procedimiento de la gloria es andar contra los demás… Aquellos que lisonjean los prejuicios, las costumbres de sus contemporáneos, andan impelidos, y van hacia el éxito: estos son los hombres de su época.”