miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL HOMBRE MEDIOCRE



“El rasgo carac­te­rís­tico, abso­lu­ta­mente carac­te­rís­tico del hom­bre medio­cre, es su defe­ren­cia por la opi­nión pública. No habla jamás, siem­pre repite”. 

Es inca­paz de pen­sar por sí mismo en asun­tos reli­gio­sos, filo­só­fi­cos, polí­ti­cos o de alguna ele­va­ción. En todos esos temas sigue a sus “refe­ren­tes” con una fide­li­dad perruna.
No está mal tener maes­tros y haría bien quien sin abdi­car de su inte­li­gen­cia, siguiera a quie­nes saben más que él, sin per­der nunca su pro­pio cri­te­rio. La coin­ci­den­cia con una ver­dad reco­no­cida como tal que diga otro, no es medio­cri­dad sino humil­dad inte­lec­tual sin la cual no hay apren­di­zaje ni posi­bi­li­dad de pensar.
Cuando el medio­cre admite una idea abo­rrece sacar con­clu­sio­nes, sobre todo si estas pue­den lle­varlo a tomar deci­sio­nes que lo com­pro­me­tan. Pre­fiere usar esas ideas como un som­brero que se pone y quita y se cam­bia según la situación.
Ser cohe­rente le parece una exa­ge­ra­ción. Por ejem­plo,  reco­noce que los polí­ti­cos en el poder son des­ca­ra­da­mente des­ho­nes­tos, que se han enri­que­cido enor­me­mente, que favo­re­cen a sus cóm­pli­ces y son injus­tos con todos los demás.
La con­clu­sión lógica es que esa “diri­gen­cia” corres­ponde a la defi­ni­ción de “tira­nía” y que, por lo tanto, es impo­si­ble que el país pros­pere bajo un poder dedi­cado a ser­virse a sí mismo y no al bien común. De esa pri­mera con­clu­sión se siguen otras con igual rigor lógico entre las cua­les está la evi­dente nece­si­dad de aca­bar con tal poder aun­que eso impli­que ries­gos y sacrificios.
El medio­cre no sacará jamás esa con­clu­sión. A lo sumo apo­yará a alguno de los inte­gran­tes de la misma “diri­gen­cia”, tan des­ho­nesto como los que hoy man­dan, con la excusa de que es “el mal menor”.
El medio­cre lee poco pero si lee, sólo lee “best sellers”, o sea, aque­llos libros que los mer­ca­de­res edi­to­ria­les, aso­cia­dos con la prensa, han resuelto que son los que “hay que leer”. Esos libros son una “cock­tail” de inmo­ra­li­dad, estu­pi­dez y malas ideas.
Muchos van a misa. En ese caso, pien­san como el sacer­dote de su devo­ción les dice que pien­sen, sin impor­tar­les si eso es con­forme con la doc­trina cató­lica y menos aún si eso es toda la doc­trina cató­lica que debe­ría recor­darse en ese momento. Si hubie­ran nacido en tiem­pos de Lutero, como éste era un monje agus­tino que hablaba muy bien, se hubie­ran hecho protestantes.
El medio­cre odia el entu­siasmo. El entu­siasta le parece un exal­tado y le hace el vacío para que el fuego de esa alma se apa­gue. Pre­fiere el que dice algo y tam­bién lo con­tra­rio sin impor­tarle la con­tra­dic­ción, y se solaza con los tonos mode­ra­dos y los mati­ces des­co­lo­ri­dos. A eso le llama sere­ni­dad, calma, afabilidad.
Si debe ele­gir a alguien para algún tra­bajo lo pri­mero que obser­vará es si el can­di­dato es “con­flic­tivo”, con­di­ción exe­cranda para el medio­cre que odia los con­flic­tos, aun­que sean inevi­ta­bles reac­cio­nes frente a la injusticia.
No hay que con­fun­dir jamás “medio­cri­dad” con “humil­dad”. La humil­dad es la ver­dad, es la firme con­cien­cia del pro­pio ser sin creerse ni más ni menos de lo que es. La medio­cri­dad es la cos­tum­bre arrai­gada de volar siem­pre bajo, como las galli­nas, aun­que eso impli­que aplas­tar den­tro de sí mismo cual­quier ver­dad que por acaso no hubiera tenido más reme­dio que reco­no­cer y cual­quier conato de gran­deza que hubiera sen­tido por algún ímpetu here­dado de una buena estirpe.
“El hom­bre humilde des­pre­cia todas las men­ti­ras, aun­que las glo­ri­fi­case el mundo entero y se pone de rodi­llas ante la ver­dad”, aún a riesgo de que lo des­ca­li­fi­quen acu­sán­dolo de creerse “dueño de la vedad”.
“El hom­bre medio­cre parece habi­tual­mente modesto pero no puede ser humilde por­que deja­ría de ser medio­cre” y eso para él sería un cri­men de lesa comodidad.
“El hom­bre medio­cre es el enemigo más frío y más feroz del hom­bre de genio”, aun­que sea un genio modesto. Y como los medio­cres son mayo­ría (son una inmensa mayo­ría), el pobre des­gra­ciado que no lo es por­que ate­sora su grande o pequeña chispa de genio como una estre­lla irre­nun­cia­ble, perece bajo la masa de los medio­cres. Difí­cil­mente encon­trará tra­bajo por­que teme­rán que tenga éxito, y más difí­cil aún será para él aspi­rar a tener alguna auto­ri­dad polí­tica por­que los medio­cres teme­rán horri­ble­mente que gobierne bien y haga Jus­ti­cia. Pre­fie­ren segur bajo la pata de los tira­nos antes que con­fiar el poder a un humilde hom­bre de bien que ama la Verdad.
La enemis­tad del medio­cre es incan­sa­ble y per­ti­naz. No para hasta la des­truc­ción del otro. Es fría, por­que no se basa en ren­co­res apa­sio­na­dos. Es un odio cal­cu­lado dis­puesto a todas las calum­nias y a todas las zancadillas.
“El hom­bre medio­cre es mucho peor de lo que él cree y de lo que los demás creen, por­que su frial­dad encu­bre su malig­ni­dad. Nunca se enfu­rece. En el fondo qui­siera ano­na­dar a los hom­bres supe­rio­res; no sién­dole esto posi­ble, se venga de ellos mor­ti­fi­cán­do­los. Comete infa­mias peque­ñas, que de puro peque­ñas pare­cen no ser infa­mias. Pica con alfi­le­res y se rego­cija cuando ve manar sangre… ”
La fama es para los medio­cres, por­que la otor­gan la masa de ellos mis­mos. “El pro­ce­di­miento del éxito es irse con los demás; el pro­ce­di­miento de la glo­ria es andar con­tra los demás… Aque­llos que lison­jean los pre­jui­cios, las cos­tum­bres de sus con­tem­po­rá­neos, andan impe­li­dos, y van hacia el éxito: estos son los hom­bres de su época.”