martes, 25 de mayo de 2010

MUNDIALIZACIÓN Y MUNDIALISMO



Si queremos afrontar correctamente el tema, para comenzar lo oportuno es despejar el campo de un equívoco muy extendido: no se deben confundir los conceptos de mundialismo y globalización.

Por lo que algunos llaman mundialización y otros, globalización, se entiende la homologación tecnológica, económica y cultural del planeta. El mundialismo es una ideología que se manifiesta en un proyecto político.

La globalización es por lo tanto un fenómeno más o menos mecánico que se verifica ya sea por causas materiales y técnicas aún antes que económicas, ya sea por razones meta-históricas y por esto podría ser revisada, corregida, y rectificada por la intervención de elites políticas y de fuerzas sacras. En otros términos, se trata de una fase histórica de la cual el mundialismo es hoy una interpretación ideológica de sello mesiánico.

El mundialismo, por su parte, es sobre todo una cosa: ansia de uniformidad y por lo tanto de deformidad. Exalta y anima la destrucción de las diferencias y de la calidad; eso no sólo en el ámbito sociocultural y político sino también en lo cotidiano, en todos los campos, desde la esfera intelectual a la alimenticia. Su ideal es el de una sociedad unificada y gobernada por una clase dirigente dedicada a modelar plasmar el planeta con intención de que cada uno de sus habitantes sea exclusivamente sólo el fruto de la mundialización y sobre todo no tenga nada de antiguo o heredado. Por lo tanto, el mundialismo es una ideología fanática de la mundialización, como fue el comunismo de la ideología fanática de la proletarización. Existe interdependencia pero no equivalencia absoluta.

La mundialización, o globalización como quiera decirse, actúa siguiendo su propio impulso imparable. Los mundialistas, que son sus testarudos y entusiastas sostenedores, anhelan ser los protagonistas de un trastorno existencial, cultural y político total sin posibilidad de retorno.

El mundialismo intenta así hacer de esta mundialización una suerte de religión revelada e imponerla como una especie de divinidad social. Las elites mundialistas, tanto las que han tenido acceso a los lugares estratégicos del poder supranacional como a las religiones, pseudo-esotéricas o intelectuales que pululan sobre todo en el hastiado Occidente, se encuentran hoy con que son las únicas que definen e imponen una ideología que va paralela a la globalización. Pero esta última puede ser transformada e incluso radicalmente, corregida, revolucionada, pero ciertamente no puede detenerse. La ideología y el programa mundialista no sólo no es en absoluto irreversible sino que puede ser derrotado y arrojado a la basura de la historia.

Para que se pueda dar este cambio radical, se deberá re-interpretar la ecumene naciente de una manera radicalmente opuesta: es decir clásica, imperial y gibelina.

El mundialismo, ideología del anhelo de posesión.

El mundialismo proyecta la unificación de la sociedad entorno a un solo credo, a una elite dirigente, con el objetivo de realizar la igualdad y la felicidad en la Tierra.

Se funda sobre un anhelo de omnipotencia mundana, una suerte de superdominio horizontal. Todo esto permite a varios componentes ideológicos y a diferentes comunidades político-religiosas reconocerse en el mundialismo o por lo menos en alguna particular versión del mismo.

Los fanáticos judíos pueden encontrar ahí el proyecto mesiánico del dominio de la tierra por parte del pueblo elegido. Los fanáticos cristianos reconocen en él frecuentemente el proceso de evangelización universal. Los comunistas pueden reconocer en el mundialismo, la sociedad sin estados ni naciones, la tabla rasa con el pasado. En realidad el mundialismo es un poco todo esto sin ser nada de todo esto; sin embargo las notas de su sinfonía suenan familiares a todas estas orquestas.

El poder mundial

Por lo tanto el mundialismo congenia perfectamente con la situación actual o por lo menos con la de Occidente y el capitalismo. Tanto que hoy no es sólo lícito, sino indispensable, hablar de centros multinacionales que pisotean y rompen las soberanías, que coordinan las economías y que dictan en todas partes leyes en el plano cultural, educativo, pretendiendo imponer un modelo común, estandarizado, en la filosofía, la ética, la lengua, la sexualidad, la gastronomía, la política.

¿Pero podemos afirmar de verdad que existe un centro único de poder mundial?

¿O se trata de un conjunto de centros neurálgicos que colaboran en plena armonía respondiendo a determinados intereses materiales de clase, de etnia, de partido, de nación?

¿El sistema mundial es fruto de un diseño de mentes superiores o es el efecto de la organización racional de un Caos imperante y desbaratado? Y sobre todo, ¿de una afinidad cultural y espiritual?

Como se ve por las preguntas que es preciso formularse para afrontar el advenimiento de esta época nueva, que estas son numerosas y sobre todo complejas y necesitan la aplicación de una lógica muy perfeccionada que esté capacitada para, individualizar, comprender y definir al mismo tiempo la ideología mundialista, la evolución del sistema internacional y la composición del poder mundial.

Gabriele Adinolfi

(De su libro: Nuovo Ordine Mondiale. Tra Imperialismo e Imperio)