miércoles, 5 de mayo de 2010

LA EUROPA BLANCA


Vayamos a lo esencial: Europa, nuestra Europa, está amenazada de muerte. Muerte biológica y espiritual porque es ilusorio creer, como algunos afirman, que un alma pueda sobrevivir sin estar encarnada en una realidad biológica. La «raza del alma» en la que se refugian algunos evolianos es un engaño, una ilusión mortal.
Es suficiente con mirar alrededor: «las parejas mixtas» y sus niños se multiplican, alentados por todos los colaboracionistas del Sistema, los celotes de la ideología cosmopolita y de la orquestación mediática. Es algo que encanta a los bobos, seguro, pero que representan muy claramente la muerte anunciada (y deseada) de Europa.
Es en relación a esta realidad que cada europeo, debe, hoy, posicionarse claramente. Sin hablar del sexo de los ángeles ni buscar tres pies al gato, especialidad de los que buscan siempre las mejores razones para no asumir sus responsabilidades o para justificar lo injustificable, es decir la traición de un pueblo al que se pertenece por nacimiento (traición de la que ciertos “intelectuales” se vanaglorian).
Es el momento, es el gran momento de denunciar sin evasiones, sin timidez, sin cobardía por los que se pretenden «buenos europeos», mientras que rehúsan a pronunciarse sobre la única realidad que cuenta, ahora, cuando se habla de Europa, a saber de su identidad racial que este término implica. Es nuestra responsabilidad histórica, nuestro deber absoluto: es necesario desafiar los tabúes y llamar a las cosas por su nombre. Es sólo así que se puede esperar a despertar o redespertar la conciencia identitaria de los europeos, sumergidos por un condicionamiento mental permanente que les incita a olvidar o a traicionar sus orígenes y a aceptar, e incluso a buscar, la muerte de su identidad biológica por el mestizaje (convertido en «tendencia» desde la llegada de Osama al poder…), consecuencia «lógica» de la implantación de poblaciones exóticas que entienden esta implantación como una conquista. Es lo que resume perfectamente Guillaume Faye en su libro ¿Por qué luchamos?: «El etnomasoquismo se asemeja a la vergüenza y el odio a sí mismo. Es una psicopatía colectiva, provocada por un largo trabajo de propaganda a favor de una pretendida culpabilidad fundamental de los pueblos europeos frente a los demás, de los que los europeos serían los “opresores”. Por esto sería necesario arrepentirse y “pagar la deuda”(…).  El hombre europeo estaría manchado por  un pecado original, una tara racial intrínseca, sería culpable de ser lo que es”. Por nuestra parte dedicamos a los que cultivan y programan esta tara, este sida mental, un pasaje del himno de los Lansquenetes: «llegará el día en el que los traidores pagarán».
Raíces raciales.
Las raíces raciales de Europa son bien conocidas. Están precisamente descritas, desde hace tiempo, en numerosos trabajos de antropólogos, bien resumidos por Henri-V. Vallois en su obra Las races humaines (PUF, 1ª edición 1944, con numerosas reediciones… pero hoy, a saber por qué, retirada del catálogo por el editor). Vallois, que fue profesor en el Museo Nacional de Historia Natural, director del Museo del Hombre y del instituto de Paleontología humanan, escribió que Europa «es fundamentalmente el dominio de la raza blanca». Retomando una clasificación establecida por otros investigadores, entre ellos Georges Montandon, define cinco razas constitutivas de la población europeos desde la prehistoria y la protohistoria: nórdica, est-europea (también llamada báltica-oriental (báltica oriental)) alpina, dinárica (también llamada adriática) y mediterránea. Este fondo racial es el constitutivo de los pueblos que han forjado la cultura y la civilización europea desde la Edad del Bronce: griegos y latinos, iberos, ligures, celtas, germanos y eslavos. Es teniendo una clara conciencia del parentesco racial de estos pueblos cómo se puede desarrollar un espíritu europeo capaz de superar las diferencias que a lo largo de la Historia, han enfrentado a unos europeos con otros. Siempre para su mayor desgracia. Y por la mayor satisfacción de nuestros enemigos. Hoy, es poniendo por encima el estrecho parentesco de los diversos componentes de la Europa blanca como se puede llegar a hacer un frente común contras los invasores llegados de otros continentes.
El plomo ideológico que pesa en la Europa de hoy sobre el pensamiento y su expresión hace que evocar la identidad racial de Europa se haya convertido en una tarea de alto riesgo. Queda lejos el tiempo en el que el gran historiador de la Galia, Camile Jullian escribiera tranquilamente, en su prefacio al libro de Dottin Les Ancines peuples de L`Europe (1916): «La cuestión de la raza, de la forma en la que lleguemos a resolverla, es la cuestión más importante de la historia de los pueblos». De ahí la cuestión crucial del mestizaje, abordada sin ambigüedades por Eugène Pittard, que fue profesor de antropología en la Universidad de Ginebra y director del museo de Etnografía en la misma ciudad. En su obra Les races et la histoire (1953), escribió; «allí donde se produce la amalgama entre dos razas muy diferentes, puede comenzar un verdadero peligro para la Eugenesia (…) Se puede creer que la influencia de la sangre de los blancos sería la salvación social para ciertas razas consideradas como inferiores: pero mirémoslo desde otro punto de vista; por el contrario,  a lo largo de la Historia, la introducción de sangre extranjera penetrando en la nuestra, imponiendo sus cualidades propias, neutralizando las nuestras, o desviándolas? (…) Estos problemas de la mezcla de razas interesan al máximo tanto para el pasado como para el avenir de la Humanidad». Medio siglo después de su redacción, estas líneas conciernen evidentemente de forma muy clara a la situación de Europa.
Es un fenómeno nuevo,  en el desarrollo de la Historia, como lo ha remarcado Dominique Venner: «Por primera vez en su multimilenaria historia, los pueblos europeos, no prevalecen en su propio espacio, ni espiritualmente, ni políticamente, ni étnicamente» (Histoire et traditions des Europèens, 30000 ans d´identité). En efecto la identidad racial de Europa nunca ha sido puesta en cuestión de forma tan clara ni siquiera en los peores momentos de las invasiones llegadas de otros continentes. Estos incluso han sido momentos de toma de conciencia de desafío racial (mientras que la identidad es vivida inconscientemente, como algo asumido sin haber sido formulado, cuando no está amenazada).
Consciencia racial
En la antigua Grecia, fue la amenaza de las armas persas, verdadero mosaico étnico llegado de Oriente(1), la que llevó a las ciudades helénicas a firmar el deber de solidaridad racial frente al imperialismo venido de Asia, negador de los valores constitutivos de la concepción del mundo de los griegos. El desafío fue luminosamente descrito por François Chamoux (La civilisation grecque, 1983), cuando evoca las motivaciones de los combatiente de Maratón: «Ante un Asia de la que conocían perfectamente el poder, la riquezas y la grandeza, basadas en la sumisión de masas humanas a los caprichos de un monarca absoluto, defendieron por las armas la ideas jurídica de una ciudad compuesta por hombres libres. Cuando en la fresca luz de una mañana de verano, los soldados de Miltíades, con el escudo redondo en un brazo y blandiendo su larga lanza, avanzaron paso marcial contra los persas, cuya masa sombría se oponía a la  luz luminosa de las olas del mar; no combatían sólo por ellos mismos, sino también por una concepción del mundo que será más tarde la común a  Occidente».
Herodoto (Historia), reporta una ilustración elocuente de la elección hecha por los griegos cuando explica cómo los atenienses, por lo tanto opuestos a los espartanos por una vieja y tenaz rivalidad, juran obedecer a los viejos cargos, y no traicionar a Esparta frente a los persas, explicando así su determinación: «La raza griega es de la misma sangre, habla la misma lengua, comparten los mismos templos y los mismos sacrificios: nuestras costumbres son parecidas. Traicionar esto sería un crimen para los atenienses». Para Platón (La República) es una evidencia: «Los pueblos griegos se diferencian de los bárbaros por la raza y por la sangre». En cuanto a Aristóteles (Política) también es categórico: «Es factor de sedición la falta de comunidad étnicas…Porque del mismo modo que una ciudad no se forma por una masa de gente tomada al azar, del mismo modo que no se forma en no importa qué espacio de tiempo. Es por esto por lo que entre los que, hasta el presente, han aceptado a extranjeros para fundar una ciudad con ellos o les han agregado a la ciudad, han conocido sediciones».
En época helenística, los griegos de Alejandría se acordaron del mensaje practicando una estricta endogamia étnica, que rechazaba todo matrimonio mixto
En Roma, la amenaza mortal representada por los cartagineses, semitas que habían construido una potencia comercial en el Mediterráneo según el modelo de sus congéneres fenicios, fue entendida como un choque de civilizaciones,  porque era «la lucha de un pueblo esencialmente marítimo y comerciante y un pueblo esencialmente de tierra, guerrero y campesino» (Fernand Braudel). De ahí el famoso requerimiento lanzado sin descanso por Catón el Viejo a sus compatriotas: Delenda est Carthago (Cartago deber ser destruida). En cuanto a Tácito, él también estaba convencido del peso del factor racial, aplicándolo a los germanos de los que hizo la siguiente descripción (Germania): «por mi parte, estoy de cuerdo con la opinión de los que piensan que los pueblos de Germania, al no haber estado nunca ensuciados por otras uniones con otras tribus, constituyen una nación particular, pura de toda mezcla y que no se asemeje más que a ella misma».
Cuando Roma olvida la ley de la sangre, fue el comienzo del fin. Entonces un cierto Saulo de Tarso (el futuro san Pablo) nacido de «una familia judía de sangre, pura y de estricta observancia» (Marie-Françoise Beslez, Saint-Paul, 1991) podía jactarse de ser ciudadano romano, porque su familia había pagado el precio para ello. La ciudadanía romana no tenía definitivamente más que un significado identitario, desde que en su edicto de 212, el emperador Caracalla, de origen púnico-siriaco, decreta lo que sería algo propio de todos los habitantes del imperio. Su primo, que reinó en el Imperio bajo el nombre de Heliogábalo, bailaba vestido con ropa fenicia púrpura y lleno de joyas, ante una gran piedra negra supuestamente caída del cielo, divinidad de la que él era el gran sacerdote….
En un Imperio romano agonizante, la consciencia racial de los europeos provocó una reacción de autodefensa, cuando, frente a los hunos de Atila, venidos de Asia, galo-romanos de Aecio y germanos (visigodos, francos, burgundios) detuvieron a los invasores en la batalla -en Champaña- de los Campos Cataláunicos (451). Símbolo y anuncio de una síntesis entre la herencia romana y la nueva sangre germánica que, junto al aporte de la tradición celta, dio nacimiento a la Europa de la Edad Media.
Una Europa amenazada por la voluntad de conquista del Islam
Frente a esta amenaza se afirma una conciencia identitaria.  Como ejemplo, el autor anónimo, cristiano de Córdoba que vivía bajo el yugo islámico, quien anotó en el 732 que en algún lugar de la Galia los ejércitos de la yihad, habían sido vencidos por los europenses (los europeos), de un jefe franco llamado, Carlos Martel. No es necesario explicar que lo que él explica es un choque de civilizaciones… En cierto modo, se puede estar tentado de hacer una gran salto cronológico recordando una declaración demasiado poco conocida de Benjamin Disraëli (1804-1881), primer ministro de la reina Victoria desde 1874: «La raza lo es todo; no existe ninguna otra verdad y cada raza debe castigar a quien abandone su sangre a las mezclas».
En la Europa de la Edad Media y después en el Renacimiento, los hombres traducen, conscientemente o no, en la estética religiosa la fidelidad a sus orígenes: innumerables representaciones de la Virgen y el niño se presenta a la veneración de las masas los rasgos de una madre rubia llevando en sus brazos a un bebé rubio. Desde  época romana hasta el Renacimiento, numerosos artistas utilizan el mismo canon estético para representar a Venus, Flora, o las tres Gracias. Se puede verificar, entre otras, en las pinturas de Filippo Lippi, Masaccio, Fra Angelico, Benozzo Gozzoli, Lorenzo di Credi, Piero de la Francesca, Giovanni Bellini, Sandro Botticelli, Antonello da Massina, Raphael y Tiziano. Éstos por Italia. Pero encontramos el mismo criterio de representación entre los artistas flamencos (Jan van Eyck, Robert Crampin, Rogier van der Weyden), el alemán Martin Schongauer, el español  Lluis Dalmau, y los franceses Barthélemy,  d´Eyck, Enguerrand, Quarton, Jean Fouquet, el Maestro de Rohan. Es una ilustración, entre otras muchas, de un sincretismo religioso que ha llevado al cristianismo a integrar, para su mayor éxito, el imaginario llegado desde una larga memoria colectiva, en la que la religiosidad tenía forzosamente una connotación étnica.
Frente común.
Hay una clave para comprender la formidable movilización de masas que fueron las Cruzadas. Frente al viejo enemigo musulmán, que jamás ha renunciado realmente a conquistar Europa, los europeos han elegido llevar las armas a la otra orilla del mar. ¿Para reconquistar Jerusalén? Ciertamente. Pero fue un símbolo que permitió reagrupar bajo un mismo estandarte a las fuerzas vivas de Europa.
Es este símbolo (que volvemos a encontrar cuando se trata de salvar a Viena de los turcos en 1529 y en 1683 también, contra el mismo enemigo, en la batalla de Lepanto), es lo que se necesita recuperar y blandir hoy en Europa. Porque nuestra Europa, es la del frente común de los europeos ansiosos de defender su identidad contra los invasores llegados de otros continentes. Y para este combate, elemental de supervivencia es necesario tener la inteligencia de poner codo a codo, a los que van a misa con los que no. Porque, al fin y al cabo, los invasores no harán diferencias entre unos y otros, todos serán considerados como infieles a los que someter o abatir, a mayor gloria de Alá («el misericordioso», claro está).
Es por esto por lo que he tendido y continuaré tendiendo la mano tanto a los católicos de tradición como a los ortodoxos,  en nombre de la fraternidad blanca en la que creo y que debe unir, trascendiendo todas las divisiones secundarias (y respetables) que no deben hacer olvidar lo esencial. Y lo esencial, para que existan fuerzas de resistencia y reconquista, es que los europeos concientes de su identidad tengan hijos, muchos hijos. Porque el desafío demográfico es vital para el futuro de nuestros pueblos. Lo saben bien los invasores que, como dicen sin complejos, confían en el vientre redondo de sus numerosas mujeres para asegurarse la victoria, la gran revancha sobre esos odiados blancos, es  necesario, después de haber roto su fertilidad, someternos a la servidumbre. O suprimirnos.
Europa, Occidente, racialismo.
Demasiados europeos confunden aún Europa y Occidente. Nuestra Europa es la antítesis de Occidente. Esta fractura total, esencial (en el sentido etimológico de la palabra) está ilustrada por el modelo americano, como ha demostrado perfectamente el número de Nouvelle Ecole consagrado a «América» (nº27-28, 1975).
Es necesario recordar la excelente definición de Occidente que da Guillaume Faye (op. cit): «Civilización planetaria, hijo pródigo y bastardo de Europa, dominada hoy por el modelo americano, que tiene como objetivo universalizar la primacía absoluta de la sociedad de mercado y el igualitarismo individualista, cuya consecuencia es hacer olvidar a los europeos su propio destino (…). La civilización occidental no reconoce ningún valor étnico sino que se confunde con un proyecto de civilización cosmopolita, basada sobre el modelo americano (…). La civilización occidental, convertida en realidad en civilización mundial en la medida en que no tiene anclajes territoriales estrictamente situados “al oeste”, se caracteriza por la primacía absoluta de la economía sobre toda otra consideración, esta economía (ya sea “vieja” o “nueva”) busca la rentabilidad especulativa y rentabilidad a corto término, sin ninguna preocupación seria por consideraciones ecológicas, étnicas o sociales». De ahí «el establecimiento de un salvajismo social en todos sitios».
Estas líneas, escritas en 2001, toman una resonancia especial hoy, cuando la crisis financiera y económica no termina de terminar, con su procesión de destrucciones socioeconómicas, de las que quizás sólo hayamos visto un anticipo. Gracias Occidente. Un Occidente encarnado por ese personaje emblemático que es el crápula Madoff. Pero que el árbol no impida ver el bosque…. Detrás de Madoff  hay todo un sistema. Es por esto que nuestra Europa, para existir, deberá emanciparse de ese Sistema y adoptar un modelo de organización socioeconómica basado en una economía orgánica y un solidarismo identitario. Estamos trabajando intensamente en la elaboración de un proyecto de sociedad, totalmente alternativo.
Un proyecto que tendrá una base racialista. El racialismo afirma que la identidad de los pueblos se basa de forma prioritaria -aunque no exclusiva- en la pertenencia racial y en que el reconocimiento de esta realidad debe permitir a cada pueblo su derecho a la identidad. Esto nos lleva al respeto a la diversidad de los pueblos, el respeto al derecho a la diferencia, la riqueza de la humanidad, ahora amenazada de esterilización por la reducción a un modelo único. El racialismo recusa por lo tanto, en nombre de la especificidad de cada pueblo, toda jerarquización de los pueblos porque una jerarquización implica forzosamente un solo criterio de evaluación, independientemente de las poblaciones que sean evaluadas.
Es por esto, la mejor protección contra el racismo. Mientras que una sociedad multirracial es forzosamente, inevitablemente, multirracista, en razón de una imposible cohabitación en un mismo territorio de comunidades demasiado diferentes unas de otras. La aplicación de un principio identitario «una tierra, un pueblo», permite establecer relaciones de respeto mutuo entre los pueblo y, por qué no, de cooperación, tomando en cuenta los intereses de todas las partes.
En un mundo multipolar, nuestra Europa será una promesa de equilibrio, de seguridad, de libertad y de paz.

Pierre Vial.

Nota:
1. En Leyes, Platón escribe: «Las regiones que dominan actualmente los persas viven en una dispersión  lamentable, a fuerza de desplazamientos y de mezclas». Es la forma de decir que el gigantismo del Imperio persa ha llevado a sus soberanos a aglutinar, para lograr masas de población, entorno a un núcleo persa de origen indo-europeo un magma de poblaciones heterogéneas.