En el sentido espiritual existe efectivamente algo que puede
servir como orientación para nuestras fuerzas de resistencia y alzamiento: este
algo es el espíritu legionario. Es la actitud de quien sabe elegir el camino
más duro, de quien sabe combatir aun sabiendo que la batalla está materialmente
perdida, de
quien sabe revivir y asumir las palabra de la antigua saga: “La fidelidad es
más fuerte que el fuego”, saga a través de la cual se afirmó la idea
tradicional que es el sentido del honor y de la vergüenza de la deshonra. No se
trata de pequeñas medidas sacadas de pequeñas moralinas; esto es lo que crea
una diferencia substancial, existencial entre los seres humanos, casi como
entre una raza y otra distinta.
Ahora tenemos que separar este espíritu de las fórmulas
ideológicas más o menos problemáticas que se esbozaron en aquel período y que
algunos, hoy, erróneamente, transforman en lo esencial haciéndolas sus
banderas. Ese espíritu debe ser aceptado en su estado puro y extenderlo de su
tiempo de guerra al tiempo de paz, de esta paz sobre todo, pues no es más que
una tregua y un desorden malamente contenido, hasta que se determine una
discriminación y un nuevo orden de batalla. Debe realizarse en términos
mucho más esenciales de los que se dan en un “partido”, que puede ser sólo un
instrumento contingente en previsión de determinadas luchas políticas; en
términos más esenciales también que un simple “movimiento”, si por movimiento
se entiende un fenómeno de masas, un fenómeno cuantitativo más que cualitativo,
basado más en factores emotivos que de severa y clara adhesión a una idea.
De lo que se trata es más bien de una revolución silenciosa
de origen profundo que tiene que ser resultado de una creación precedente en el
interior del individuo de las premisas de ese nuevo orden que después tendrá que afirmarse también en el
exterior del individuo aplastando fulminantemente en el justo momento las
formas y las fuerzas de un mundo de decadencia y de subversión. El
“estilo” que debe imperar es el de quien se mantiene sobre posiciones de
fidelidad a sí mismo y a una idea, en una intensidad conjunta, de una
repulsión por toda conveniencia, en un empeño total que se debe manifestar no sólo
en la lucha política sino también en toda expresión de la existencia, en la
oficina, en el lugar de trabajo, en la Universidad, en la calle, en la misma
vida personal de los afectos y sentimientos. Se tiene que llegar al punto de
que el tipo humano que queremos que tiene que ser la sustancia celular de
nuestras tropas de formación sea reconocido inconfundiblemente, diferenciado y
pueda decirse de él: Es alguien que actúa como un hombre del Movimiento.
Esto mismo quiso hacer ayer la revolución pero varios
factores múltiples lo impidieron. Hoy, en el fondo, las condiciones son
mejores porque no existen equívocos y basta mirar alrededor desde la calle al
Parlamento para que las vocaciones sean puestas a prueba y se obtenga claramente
la medida de lo que nosotros no debemos ser. Ante un mundo podrido cuyo
principio es: “Haz lo que veas hacer” o también “Primero el estómago, el pellejo
y después la moral” o “Estos no son tiempos en que se pueda permitir el lujo de
tener un carácter” o finalmente: “Tengo una familia que alimentar”, nosotros
nos oponemos a esta norma de conducta de manera firme y clara: “No podemos
actuar de otra forma, este es nuestro camino, esta es nuestra forma de ser”.
Todo lo que de positivo se podrá obtener hoy o mañana nunca se conseguirá
mediante la habilidad de los agitadores y de los politicastros sino a través
del natural prestigio y el reconocimiento por parte de los hombres ya maduros
y, mejor aún, por las nuevas generaciones, lo cual se obtendrá en tanto en
cuanto seamos capaces de actuar en nombre y con las garantía de la idea.
ORIENTACIONES. Julius Evola