jueves, 2 de agosto de 2012

EL HOMBRE NUEVO



En el sentido espiritual existe efectivamente algo que puede servir como orientación para nuestras fuerzas de resistencia y alzamiento: este algo es el espíritu legionario. Es la actitud de quien sabe elegir el camino más duro, de quien sabe combatir aun sabiendo que la batalla está materialmente perdida, de quien sabe revivir y asumir las palabra de la antigua saga: “La fidelidad es más fuerte que el fuego”, saga a través de la cual se afirmó la idea tradicional que es el sentido del honor y de la vergüenza de la deshonra. No se trata de pequeñas medidas sacadas de pequeñas moralinas; esto es lo que crea una diferencia substancial, existencial entre los seres humanos, casi como entre una raza y otra distinta.
Ahora tenemos que separar este espíritu de las fórmulas ideológicas más o menos problemáticas que se esbozaron en aquel período y que algunos, hoy, erróneamente, transforman en lo esencial haciéndolas sus banderas. Ese espíritu debe ser aceptado en su estado puro y extenderlo de su tiempo de guerra al tiempo de paz, de esta paz sobre todo, pues no es más que una tregua y un desorden malamente contenido, hasta que se determine una discriminación y un nuevo orden de batalla. Debe realizarse en términos mucho más esenciales de los que se dan en un “partido”, que puede ser sólo un instrumento contingente en previsión de determinadas luchas políticas; en términos más esenciales también que un simple “movimiento”, si por movimiento se entiende un fenómeno de masas, un fenómeno cuantitativo más que cualitativo, basado más en factores emotivos que de severa y clara adhesión a una idea.
De lo que se trata es más bien de una revolución silenciosa de origen profundo que tiene que ser resultado de una creación precedente en el interior del individuo de las premisas de ese nuevo  orden que después tendrá que afirmarse también en el exterior del individuo aplastando fulminantemente en el justo momento las formas y las fuerzas de un mundo de decadencia y de subversión. El “estilo” que debe imperar es el de quien se mantiene sobre posiciones de fidelidad a sí mismo y a una idea, en una intensidad conjunta, de una repulsión por toda conveniencia, en un empeño total que se debe manifestar no sólo en la lucha política sino también en toda expresión de la existencia, en la oficina, en el lugar de trabajo, en la Universidad, en la calle, en la misma vida personal de los afectos y sentimientos. Se tiene que llegar al punto de que el tipo humano que queremos que tiene que ser la sustancia celular de nuestras tropas de formación sea reconocido inconfundiblemente, diferenciado y pueda decirse de él: Es alguien que actúa como un hombre del Movimiento.
Esto mismo quiso hacer ayer la revolución pero varios factores múltiples lo impidieron. Hoy, en el fondo, las condiciones son mejores porque no existen equívocos y basta mirar alrededor desde la calle al Parlamento para que las vocaciones sean puestas a prueba y se obtenga claramente la medida de lo que nosotros no debemos ser. Ante un mundo podrido cuyo principio es: “Haz lo que veas hacer” o también “Primero el estómago, el pellejo y después la moral” o “Estos no son tiempos en que se pueda permitir el lujo de tener un carácter” o finalmente: “Tengo una familia que alimentar”, nosotros nos oponemos a esta norma de conducta de manera firme y clara: “No podemos actuar de otra forma, este es nuestro camino, esta es nuestra forma de ser”. Todo lo que de positivo se podrá obtener hoy o mañana nunca se conseguirá mediante la habilidad de los agitadores y de los politicastros sino a través del natural prestigio y el reconocimiento por parte de los hombres ya maduros y, mejor aún, por las nuevas generaciones, lo cual se obtendrá en tanto en cuanto seamos capaces de actuar en nombre y con las garantía de la idea.

ORIENTACIONES. Julius Evola