martes, 28 de junio de 2011

A PROPÓSITO DE PEDRO VARELA: BANDERAS Y ETIQUETAS

A continuación incluimos un texto de septentrionis lux, con el que nos sentimos totalmente identificados y el cual asumimos como nuestro, asimismo aconsejamos a nuestros lectores visitar el blog del autor por su alta calidad en los contenidos que nos ofrece.
A PROPÓSITO DE PEDRO VARELA: BANDERAS Y ETIQUETAS
Hay gentes que dicen enarbolar una misma bandera que uno. Los hay que dicen enarbolar, ya que no la misma, sí una semejante. Nosotros no tenemos dificultades en identificar esas banderas como iguales o semejantes a la nuestra. En ello, por otro lado, no reside ninguna dificultad. Ahora bien, tras conocer a unos y a otros no pasa demasiado tiempo hasta que nos empezamos a sentir en comunión existencial con unos y a percibir a otros como extraños. Pues de lo que se trata no es de hacer pública ostentación de una etiqueta o de otra sino de aspirar a vivir de forma acorde con los principios y la esencia que las caracterizan. No nos basta ni siquiera el que se nos haga alarde de erudición y de conocimiento de los contenidos y de los objetivos de tal o cual bandera. Hay que exigir, al menos, un intento de asunción de sus parámetros vitales. Hay individuos que por mucho que digan hallarse en nuestra trinchera o en una cercana nunca casarán con nosotros, nunca los consideraremos como de los nuestros, pues en cuanto se les conoce un poco no percibimos en su actuar ningún valor de entre aquéllos que son los propios del Hombre de la Tradición. No identificamos en estos individuos ni un atisbo de nobleza, de lealtad, de fidelidad, de valentía, de sinceridad, de franqueza, de serenidad, de templanza, de espíritu de servicio y sacrificio, de firmeza interior, de caballerosidad, de tenacidad, de perseverancia, de laconismo, de prudencia o de abnegación, sino que en poco tiempo podemos vislumbrar en ellos o la perfidia, o la doblez, o el egoísmo, o el individualismo, o las ansias de notoriedad, o la tendencia a la cobardía, o la predisposición a la traición, o la deslealtad, o la mentira, o la ligereza para criticar o hasta calumniar a gente incluso cercana, o la envidia, o el rencor, o el odio, o la incontinencia verbal, o la deriva charlatana, o la irascibilidad, o el exabrupto, o la inestabilidad psíquica, o la ruindad, o la inconstancia, o el taimado actuar, o la estridencia y la imprudencia. Nos es, por esto, casi indiferente si alguien enarbola nuestra misma bandera o si lo hace con una parecida, pues lo que de verdad nos importa es que lo haga intentando vivenciar los valores que siempre han sido los de la Tradición y no desde una manera de comportarse anegada por los contravalores del mundo moderno. La etiqueta no nos sirve de nada si el etiquetado no hace honor a ella. Nos produce, por supuesto, aun más rechazo el individuo que profesa verbalmente su adhesión a una etiqueta similar a la nuestra y que no hace sino que mancharla con un execrable modo de ser que el rechazo que nos provocan aquellos contemporáneos nuestros que se sienten identificados con esta funesta modernidad y hacen gala de su posicionamiento a favor de ella. Éstos, al menos, muestran una coherencia entre sus contravalores de referencia y la etiqueta propia del mundo moderno al que idolatran y santifican. Los otros, en cambio, traicionan las nobles causas con su deleznable manera de ser. Nos sentimos conmilitones con aquéllos que aunque no enarbolen exactamente nuestra misma bandera sí pugnan porque su existir sea fiel a los dichos valores que hemos relacionado como propios de la Tradición. Quizás podamos disentir con estas personas en ciertos detalles a la hora de concebir la existencia. Quizás podamos mamar de fuentes no idénticas. Quizás algunos de nuestros referentes históricos (o protohistóricos) o míticos no sean los mismos (o exactamente los mismos) pero nosotros, repetimos, los sentimos como conmilites nuestros en cuanto los empezamos a conocer y en cuanto podemos comprobar los valores que afloran, emergen de ellos y/o caracterizan su manera de ser.
Y en entre estas gentes dignas de admirar por el ejemplo que dan -al ser coherentes con los valores en los que creen- encontramos a un represaliado por el Sistema Dominante cual es Pedro Varela. Pocas personas como él desprenden esa especie de aura que es la marca de la coherencia, de la honestidad, de la tenacidad y de la limpieza de ánimo. Un aura que mueve a la admiración de toda persona que aún aprecie los valores ignorados, ninguneados, menospreciados y hasta denostados del Mundo de la Tradición. En cambio, alguien como Pedro Varela sólo provocará envidia, recelos y odio entre los hombrecillos modernos impotentes de hacer suyos aquellos elevados valores, pues la incapacidad y la impotencia mueven a una envidia dirigida hacia quienes son capaces de dignificar su persona por medio de su voluntad y esfuerzo constante.
Que los escasos Hombres rectos se hallen entre rejas mientras los necios, desajustados, alienados y desequilibrados productos de la modernidad merezcan la respetabilidad del Sistema habla de por sí solo de lo anormal, desquiciado, enfermo y metastásico de éste. Pero no nos ha de extrañar el destino que el mundo moderno otorga a estos dos antagónicos tipos de hombres, pues a los primeros no los puede manipular, domesticar, hipnotizar, manejar y doblegar y a los segundos, en cambio, los adocena, programa, convierte en seres movidos por reflejos compulsivos y esclaviza con suma facilidad.
¡Mientras quede aunque sea un solo Hombre recto la llama de la Tradición no se habrá extinguido del todo!